Ciudadanos, discípulos y testigos

† Francisco José Prieto Fernández

Arzobispo de Santiago de Compostela

El papa Francisco nos recuerda que «la luz de la fe no disipa todas nuestras tinieblas, sino que, como una lámpara, guía nuestros pasos en la noche, y esto basta para caminar» (Lumen fidei 57).

Es así como debemos acoger del don de la fe para ser en medio de la ciudad discípulos y testigos. Somos pueblo de Dios, Iglesia en salida, que no pretende mostrarse arrolladora y provocativa, sino humilde y testimonial, pero nunca acomplejada. Este es nuestro tiempo, un tiempo de gracia en el que Dios sigue haciendo su obra en nosotros y a través de nosotros, Iglesia en camino.

Estemos presentes en la sociedad sin temer al diverso y al distinto, sino únicamente a los prejuicios que arman al laicismo excluyente o al creyente maniqueo. Tenemos que ser levadura
en este mundo plural, pero con gozo. ¿Nunca hemos reparado en que la Primera palabra de Dios en el albor de los tiempos nuevos y plenos fue, y es, «alegría» (cf. Lc 1,26)? ¿Dónde
queda la dulce y confortadora alegría que brota de la frescura original del Evangelio? (cf. EN 80).

La aportación de los creyentes, y de la Iglesia en su conjunto, a la plaza pública tiene que ser profética, nunca acomodaticia, y tiene que responder a las necesidades y a las inquietudes
del presente. Una dimensión profética realizada con verdad, con lenguaje atractivo y mirada amable, con una inteligencia suficiente que sepa distinguir lo importante de lo secundario.

No seamos ni profetas de calamidades ni encantadores de serpientes. Aprendamos a hablar, o mejor vivir, desde el lenguaje del testimonio y del amor, porque «sólo el amor es digno de fe». Y en el ámbito de la fe la credibilidad depende de la pureza del amor: cuanto más generoso, gratuito, desinteresado y universal sea el amor del creyente, más creíble será su testimonio. Un amor que convierte a cualquier ser humano en prójimo (cf. EG 179). 

Como Iglesia diocesana tenemos aquí una responsabilidad única en medio de la sociedad: ser testigos de la paternidad de Dios y de la fraternidad de Cristo. Tenemos que mostrar en concreto que ambas son capaces de engendrar vida y compañía, cercanía y esperanza en los que se ven arrinconados en la soledad, desvalidos en su orfandad y olvidados en la marginalidad. Cada gesto, cada presencia, cada acción hablan de la generosidad y entrega de todos los que, desde su vocación bautismal, viven como don y tarea el ser discípulos misioneros en nuestra diócesis: de todas las edades y de todos los carismas, de todas las comunidades y parroquias, de todos los ministerios y servicios han brotado acciones pastora-
les, evangelizadoras, celebrativas, asistenciales, educativas y culturales.

Si nos dejamos llevar de dudas y temores, seremos espectadores del estancamiento infecundo de la Iglesia (cf. EG 119). Seamos actores de la misteriosa fecundidad del Espíritu (cf.
EG 280).

1 1 1 1 1 1 1 1 1 1

Artículos Destacados