† Sebastià Taltavull Anglada

Obispo de Mallorca

 Nunca daremos suficientes gracias a tantas personas de toda edad y condición que, en su declaración pública o desde el anonimato, están sosteniendo a la Iglesia, tanto a nivel espiritual como material, con la oración, con el regalo de su tiempo, compartiendo lo que tienen. Existe una aproximación al estilo del primer grupo de creyentes, de los que se dice que «tenía un solo corazón y una sola alma: nadie llamaba suyo pro- pio nada de lo que tenía, pues lo poseían todo en común» (Hch 4, 32). Hoy somos testigos de esta generosidad, contemplando los gestos de solidaridad, los detalles de ayuda incondicional, de disponibilidad total para atender a personas solas y necesitadas de lo más elemental.

Lo del óbolo de la viuda del Evangelio funciona más que nunca, ya que incluso en este tiempo de crisis económica hay quien está dando no de lo que le sobra, sino de lo que necesita. En mi visita pastoral, especialmente visitando a los enfermos en sus casas y a impedidos en sus residencias, estoy viviendo el milagro de personas económicamente pobres que me piden que extienda la mano para poner en ella cinco euros y decirme: es todo lo que tengo, veo que hay gente más necesitada que yo. No me sale del corazón decirles: ¿solo esto?, sino todo lo contrario, con emoción y casi con lágrimas en los ojos, les digo:

¡gracias por tanto!

Nuestras parroquias están llenas de esta práctica cristiana, ya que, descubriendo la pobreza severa en la que muchos viven, no dudan en hacer algo, por sencillo que sea, para paliar tanta precariedad y sufrimiento. La urgencia aparece a la hora de atender a los más pobres y acompañar las comunidades que han

de llegar hasta ellos para que se les procure el pan de cada día, un trabajo decente y una vivienda digna.

Por otro lado, quiero hacer extensivo el mismo agradecimiento a cuantas personas son sensibles a las necesidades de la Igle- sia, que son muchas, por-

que son conscientes de la verdad de su organización económica y de la transparencia respecto a la cues- tión patrimonial, de la que la comunidad cristiana so- porta el peso de su sosteni- miento. Hay que agradecer la valoración cultural y religiosa, histórica y artística de todo aquello que constituye una gran aportación a la sociedad civil y de la que la Iglesia quiere hacer partícipe, como parte que es del mismo pueblo.

También hoy Jesús nos está observando y es el primero que valora y agradece nuestra generosidad hasta el más pequeño detalle: «todo lo que hicisteis con uno de estos, mis hermanos más pequeños, conmigo lo hicisteis» (Mt 25, 40). A vosotros, amigos y amigas, ¡gracias por tanta generosidad!

† Sebastià Taltavull Anglada

Obispo de Mallorca

 Nunca daremos suficientes gracias a tantas personas de toda edad y condición que, en su declaración pública o desde el anonimato, están sosteniendo a la Iglesia, tanto a nivel espiritual como material, con la oración, con el regalo de su tiempo, compartiendo lo que tienen. Existe una aproximación al estilo del primer grupo de creyentes, de los que se dice que «tenía un solo corazón y una sola alma: nadie llamaba suyo pro- pio nada de lo que tenía, pues lo poseían todo en común» (Hch 4, 32). Hoy somos testigos de esta generosidad, contemplando los gestos de solidaridad, los detalles de ayuda incondicional, de disponibilidad total para atender a personas solas y necesitadas de lo más elemental.

Lo del óbolo de la viuda del Evangelio funciona más que nunca, ya que incluso en este tiempo de crisis económica hay quien está dando no de lo que le sobra, sino de lo que necesita. En mi visita pastoral, especialmente visitando a los enfermos en sus casas y a impedidos en sus residencias, estoy viviendo el milagro de personas económicamente pobres que me piden que extienda la mano para poner en ella cinco euros y decirme: es todo lo que tengo, veo que hay gente más necesitada que yo. No me sale del corazón decirles: ¿solo esto?, sino todo lo contrario, con emoción y casi con lágrimas en los ojos, les digo:

¡gracias por tanto!

Nuestras parroquias están llenas de esta práctica cristiana, ya que, descubriendo la pobreza severa en la que muchos viven, no dudan en hacer algo, por sencillo que sea, para paliar tanta precariedad y sufrimiento. La urgencia aparece a la hora de atender a los más pobres y acompañar las comunidades que han

de llegar hasta ellos para que se les procure el pan de cada día, un trabajo decente y una vivienda digna.

Por otro lado, quiero hacer extensivo el mismo agradecimiento a cuantas personas son sensibles a las necesidades de la Igle- sia, que son muchas, por-

que son conscientes de la verdad de su organización económica y de la transparencia respecto a la cues- tión patrimonial, de la que la comunidad cristiana so- porta el peso de su sosteni- miento. Hay que agradecer la valoración cultural y religiosa, histórica y artística de todo aquello que constituye una gran aportación a la sociedad civil y de la que la Iglesia quiere hacer partícipe, como parte que es del mismo pueblo.

También hoy Jesús nos está observando y es el primero que valora y agradece nuestra generosidad hasta el más pequeño detalle: «todo lo que hicisteis con uno de estos, mis hermanos más pequeños, conmigo lo hicisteis» (Mt 25, 40). A vosotros, amigos y amigas, ¡gracias por tanta generosidad!

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