La expresión “por tanto”, reforzada con el signo de la cruz, hay que recibirla en una doble dirección. Son tantos los que gastan su vida por la evangelización, por consagrase en la oración de
intercesión o los que expresan su apoyo y ayuda a tantas personas necesitadas en todos los sentidos, que merecen nuestra mayor “gratitud” y colaboración. Del mismo modo son “tantos” los necesitados de escuchar una palabra que dé sentido a sus vidas, “tantos” los que carecen de lo más necesario, “tantos” los que están atrapados por el sufrimiento y viven “a la intemperie”, que juntos son como un grito que viene a despertar nuestra conciencia y nos invitan a responder generosamente con nuestro tiempo y con nuestras ayudas económicas.
Lo que se nos pide en cada campaña del Día de la Iglesia Dioce sana es que nos sintamos miembros de la única familia de Dios, cobijados bajo la sombra de la cruz de Cristo, cuya sangre nos ha redimido y nos ha regalado la condición de hijos de Dios y, por tanto, hermanos. El bautismo nos incorporó a la Iglesia, nos regaló la condición de nueva criatura y nos unió en el mismo cuerpo de Cristo.
Es el Espíritu Santo, recibido en el bautismo, quien nos hace tomar conciencia de nuestra condición filial y quien nos enseña a decir a Dios, como un niño, «¡Abba, Padre!» Esta es la razón para no excluir a nadie y para no dar a nadie por perdido. Somos hijos de Dios, Él es nuestro Padre y, como las parábolas de la misericordia (Lc 15) nos enseña a tener un corazón abierto a todos, paciente y misericordioso.
No podemos olvidar que la expresión “por tanto” hace referencia inmediata a una de las joyas que guarda el Evangelio de san Juan: «Porque tanto amó Dios al mundo, que entregó a su Unigénito, para que todo el que crea en él no perezca, sino que tenga Vida Eterna» (Jn 3, 16). Esta es la raíz que da sentido y vigor a la misión de la Iglesia y que debe inspirar toda la acción de los cristianos. Nuestra entrega a los hermanos, nuestra contribución para sostener las tareas confiadas a nuestra diócesis de Alcalá de Henares, no es más que una respuesta al don recibido.
Él nos amó primero (1Jn 4,19) y nuestro amor a Dios y a los hermanos exige una res puesta que reclama nuestra generosidad. Si Él se entregó totalmente por nosotros has ta derramar su última gota de sangre… ¿cuál debe ser nuestra respuesta? El camino a seguir nos lo indican los santos que, siendo pobres y débiles como nosotros, deja ron que venciera en ellos la gracia de Jesucristo que los hizo intrépidos, valientes y testigos fieles hasta la muerte.
Que esta jornada del Día de la Iglesia Diocesana nos ayude a refor zar los vínculos de unión entre todos los diocesanos, avive nuestro amor a la Iglesia y que, como la Virgen María, estemos siempre dispuestos a servir a Cristo en nuestros hermanos.