Esta vocación al amor, presente en toda persona humana, cobra mayor relieve si la consideramos desde la condición de hijos de Dios que nos regala el sacramento del bautismo. Por el bautismo hemos sido incorporados a Cristo, somos miembros de su cuerpo (1 Cor 12, 12). Esta vinculación a Cristo alcanza su plenitud en la eucaristía, que edifica a la Iglesia haciéndonos partícipes del Cuerpo y la Sangre de Cristo resucitado. La imagen de la vid y los sarmientos (Jn 15, 1ss) es el modo más elocuente de expresar la interdependencia de todos con Cristo y los unos con los otros. Este es el “misterio” de la Iglesia que camina en nuestra diócesis de Alcalá de Henares, y que se va concretando, en comunión con el obispo y el sucesor de Pedro, en cada una de las parroquias y comunidades cristianas.
Este tiempo de pandemia es, al mismo tiempo, una prueba y una ocasión de gracia. Como tiempo de prueba nos hemos de convencer de nuestra condición limitada, de nuestra pobreza y menesterosidad. Somos débiles y nos necesitamos. Sin embargo, esta conciencia de nuestra debilidad es también una ocasión de gracia que nos invita a la conversión del corazón y a acrecentar nuestro amor y generosidad.
Son muchos los signos en los que nuestra diócesis de Alcalá de Henares ha manifestado que somos la familia de Dios. Los distintos sacerdotes y las instituciones eclesiales diocesanas han estado cercanos a los enfermos, a los mayores y a los más pobres. Todo ello nace de nuestra oración, de escuchar la Palabra de Dios que nos invita al amor, y de la vida de Cristo que nos alcanza por medio de los sacramentos. Y así, aunque somos muchos, el Señor nos reúne como una única familia en la que nos reconocemos como hermanos, discípulos de Cristo, y caminamos juntos para participar por su gracia de la gloria eterna.
Que esta jornada, dedicada a la diócesis, nos haga crecer en espíritu de familia, vivifique nuestra esperanza y nos una en el amor. Desde esta perspectiva, siendo fieles a Cristo, podemos decir que “somos lo que tú nos ayudas a ser”.