Orgullosos de nuestra fe

† Antonio Prieto Lucena
Obispo de Alcalá de Henares

Cuando es sinónimo de prepotencia y arrogancia, el orgullo nos separa de Dios y de su gracia: «El Señor derriba del trono a los poderosos y enaltece a los humildes» (Lc 1,52).

Pero hay un orgullo bueno, que procede de estar contento y agradecido con lo que uno ha recibido sin méritos propios: «¿Qué tienes que no hayas recibido? Y si lo recibiste, ¿por quéte glorías como si no lo hubieras recibido?» (1Cor 4,7). Cuando uno es consciente de que «todo don perfecto viene de lo alto» (St 1,17), no hay lugar para la soberbia. Uno se siente administrador de un gran don que han puesto en sus manos, pero no se cree más que nadie, ni superior a nadie. Sencillamente, uno se siente agraciado y bendecido, y de ahí surge un «orgullo bueno», que es humilde y alegre.

En este sentido, los cristianos debemos sentirnos «orgullosos de nuestra fe». Este es el lema del Día de la Iglesia Diocesana para este año. Muchas veces, la opinión pública y la percep-
ción negativa de la Iglesia, que tienen muchos, nos hace sentirnos acomplejados y retraídos. En esta situación, nos cuesta manifestar abiertamente nuestra fe ante los demás y preferimos
vivirla de manera exclusivamente privada, como si la Iglesia no tuviera nada que aportar a nuestra sociedad. El Día de la Iglesia Diocesana quiere ayudarnos a romper con esta diná-mica. Ciertamente, existen pecados y debilidades en la Iglesia, por los que debemos pedir perdón, pero existen en la Iglesia muchas más cosas positivas y enriquecedoras de las que debemos sentirnos sanamente orgullosos, y de las que hemos de dar testimonio público con santa audacia.

Os invito a leer con atención esta sencilla publicación. En ella podéis encontrar todo lo que nuestra Iglesia diocesana de Alcalá de Henares hace y los recursos económicos que invier-
te para ello. Es para sentirnos orgullosos, pero con «orgullo bueno», de las miles de actividades celebrativas, pastorales, educativas, evangelizadoras, caritativas y asistenciales que se realizan. Detrás de los números hay muchas personas atendidas y muchos cristianos –sacerdotes, consagrados y laicos–, que entregan su vida, su tiempo y sus recursos a los demás, por amor a Dios y por amor a sus hermanos. Todas estas actividades buscan el desarrollo humano integral y son la encarnación, en nuestra diócesis, de la obra redentora de Jesucristo, que se prolonga en su Iglesia.

El hecho de recoger todos estos datos no debe conducirnos a la vanagloria. Al contrario, debe ayudarnos a pensar en todo lo que nos queda por hacer, que es mucho. El Señor nos invita a ir siempre más lejos: «Rema mar adentro y echad vuestras redes para la pesca» (Lc 5,4). Sigamos siendo generosos en nuestros donativos, suscripciones y legados. Todos somos Iglesia y la Iglesia nos necesita. A través de la limosna podemos ayudar a los más necesitados y agradecer a Dios todo lo que recibimos cada día, sin méritos de nuestra parte.

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