El gozo que nos invade

† Antonio Gómez Cantero
Obispo de Almería

Leí hace mucho tiempo, que 30 años después de Pentecostés, aquellas personas que se hicieron discípulas del Señor y lo siguieron fueron capaces de crear comunidades cristianas al
menos en los principales puertos del Mediterráneo. ¡Tan sólo 30 años! Como para no estar orgullosos.

Suponemos que eran personas no muy preparadas a los ojos del mundo. Unas familias de pescadores, de gente sencilla, del campo y de la ciudad, personas mal miradas, descartadas y también alguna que otra persona influyente lograron lo que parecía imposible.

Impulsados por un Espíritu invasivo y un corazón lleno de misericordia comenzaron a llevar la Buena noticia por todos los rincones del mundo conocido. Se movían como los que lanzan
la red, como los que gritan en los areópagos, como los que sirven de una manera callada derramando amor, sin esperar nada a cambio.

Quebraron el individualismo de la religión pagana, la búsqueda egoísta de la salvación, por una fe comunitaria: todos somos el Cuerpo de Cristo. Y se distribuyeron las tareas por el bien de todos, de la comunidad. Y tuvieron problemas (es inherente al ser humano) pero hablaban, escuchaban, compartían los bienes, oraban, discernían... buscando el bien de toda la comunidad.

Todos nosotros hemos recibido esa herencia y el mismo Espíritu. Y no me canso de repetirlo cada vez que me acerco a nuestras parroquias, asociaciones, hermandades, movimientos... ¡Somos comunidad! ¡Somos un mismo corazón que arde!

Tenemos que latir al unísono, compartiendo nuestras vidas, celebrando juntos, orando unos por otros, sosteniendo las necesidades a las que vamos dando respuestas. Y esto os lo digo siempre, sobre todo a los más jóvenes: la Iglesia ha sido a lo largo de los siglos pionera en creatividad y entrega, dando respuestas a las necesidades sociales más urgentes: acogida de los que llegan a nuestra casa común, los enfermos, los infectados, los ancianos en soledad, la infancia sin escolarización, las distintas discapacidades, el cuidado de las personas en prostitución, los talleres para iniciar a trabajos dignos, las universidades y escuelas catedralicias, monásticas, parroquiales, los hospitales y leproserías, bibliotecas, imprentas. La comunidad cristiana es promotora del arte y la cultura, impulsora de fiestas populares, los monasterios y sus hospederías, fundaciones, y nuestras iglesias, donde nos reunimos, la mayoría verdaderas obras de arte, cargadas de joyas arquitectónicas, escultóricas, textiles, pictóricas, de orfebrería, y te las puedes encontrar en los más recónditos lugares. En algunos pueblos la única obra de arte que se ha mantenido a lo largo de la historia es el templo parroquial o una ermita... y todo por el tesón de un pueblo creyente.

Allí donde hay una necesidad, allí está una mujer o un hombre creyente, una pequeña comunidad, dando respuestas afectivas y efectivas, impulsados por su seguimiento a Cristo. ¡Y es para estar orgullosos! Dejemos que el gozo del Espíritu invada nuestra sociedad y nuestra vida de buenas obras. ¡Feliz Día de la Iglesia Diocesana!

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