La misión nace de la comunión

† Jesús Rico García
Obispo de Ávila

Un año más celebramos el día de la Iglesia diocesana. Este año con el lema: «Orgullosos de nuestra fe».

 

La vocación de la Iglesia, a lo que la Iglesia está llamada, es a evangelizar. En la Iglesia, pueblo de dios, comunidad de hombres y mujeres, todos somos responsables de esta misión encomendada por Jesús.

Necesitamos sentirnos Pueblo de Dios, caminar juntos, como comunidad, compartiendo los carismas y ministerios. Uno de los grandes tesoros y signos que podemos ofrecer es la experiencia del grupo, de la comunidad, de la acogida gratuita, del abrazo compartido. La Iglesia, en todas sus expresiones, está llamada a ser comunidad, y no una comunidad cualquiera, sino una comunidad al estilo de Dios, uno y trino: unidad en la diversidad (cf. EG 130), sin guerras mutuas, capaz de dejar de lado rencillas y divisiones (cf. EG 98), comunidad de fe y amor donde el servicio a la caridad lo invade todo (DCE 19ss).

Son muchas las instituciones eclesiales y personas que desde su fe están colaborando a un mundo más justo y más humano, teniendo en cuenta aquello que nos dice el Concilio Vaticano II: «Los gozos y las esperanzas, las tristezas y las angustias de los hombres de nuestro tiempo, sobre todo de los pobres y de cuantos sufren, son a la vez gozos y esperanzas, tristezas y angustias de los discípulos de Cristo. Nada hay verdaderamente humano que no encuentre eco en su corazón» (GS 1). Ya san Pablo VI en su exhortación sobre La evangelización del mundo contemporáneo afirmaba que: «La humanización de nuestro mundo es uno de los nombres de la evangelización».

Hay un refrán que dice que «hace más ruido un árbol que cae que todo un bosque que está creciendo». Los cristianos no podemos permitir que el ruido que hace el mal comportamiento de algunos de nuestros hermanos o instituciones eclesiales acalle el compromiso y buen hacer de tantos seguidores de Jesús que en las periferias de nuestras ciudades están aliviando y acompañando el dolor de los que sufren por cualquier causa. Nuestros agentes de pastoral desde las distintas asociaciones eclesiales hacen una auténtica labor evangelizadora que apoya y revalida la transmisión de la fe. Tenemos motivos para estar orgullosos de nuestra fe, convencidos de que sólo desde el misterio de Cristo, sólo desde el misterio del Verbo encarnado, se ilumina en su plenitud el misterio del hombre, su vocación última y su destino (GS 22, EG 265). Todo el proceso humanizador que puede sacar adelante nuestra Iglesia quedaría incompleto si se priva al hombre del nombre de aquel que es su Vida con mayúscula, fuera del cual «no hay otro nombre en el que podamos salvarnos».

Esta Jornada de la Iglesia Diocesana es un motivo para reconocer y agradecer todo el bien que en favor de nuestro pueblo está haciendo la Iglesia a través de tantos sacerdotes, laicos,
personas de la vida consagrada y todos los que colaboran con sus donativos para que todo ello pueda llevarse a cabo.

Que el Señor nos ayude a ir creciendo en el seguimiento de Jesús y que él desde dentro vaya transformando nuestra vida y nos sostenga en el servicio a los demás. Cuanto más unidos estamos a Cristo, más cerca estaremos unos de otros.

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