Orgullosos de nuestra fe

† Gerardo Melgar Viciosa

Obispo prior de Ciudad Real

Con el lema «Orgullosos de nuestra fe», celebramos en toda la Iglesia en España el Día de la Iglesia Diocesana.

Cuantos confesamos nuestra fe y tratamos de vivirla en nuestra vida nos sentimos orgullosos de habernos encontrado con Cristo y que nos haya regalado la fe, porque por ella hemos encontrado sentido auténtico a nuestra vida.

Cuando somos capaces de vivir y testimoniar nuestra fe, podemos comprobar que se convierte en lo mejor que ha podido sucedernos en la vida, porque la vivencia y el testimonio de nuestra fe nos hacen vivir nuestra vida desde otros criterios y con otros valores distintos de los que ofrece la sociedad actual.

Como cristianos y creyentes en Jesús, debemos sentirnos llamados constantemente a agradecer, en primer lugar, a Dios, nuestra fe, porque esta es siempre don de Dios, al que nosotros aportamos nuestra disposición para acogerla y el compromiso de vivir de acuerdo con lo que dicha fe nos pide. También hemos de agradecérsela a la comunidad cristiana, porque la fe recibida de Dios la vivimos y alimentamos en la comunidad cristiana, la diócesis, en la parroquia, que nos proporciona todos los recursos necesarios, tanto personales como de todo tipo, para que quienes hemos recibido esa fe recibamos la formación necesaria, en orden a lograr su maduración y su vivencia plena.

La comunidad cristiana, la diócesis, la parroquia y toda la familia cristiana nos acompaña durante toda nuestra vida, para que la valoremos, la alimentemos y produzca sus frutos de
vida cristiana y seamos testigos vivos de esa misma fe para los demás.

Todos los que formamos la Iglesia, la diócesis, la parroquia y la familia cristiana debemos ser conscientes y consecuentes con el don recibido de Dios y el acompañamiento que la Iglesia, la diócesis y la parroquia nos proporciona y debemos sentirnos corresponsables de la misión de toda la Iglesia, de la diócesis y de la parroquia, comprometiéndonos en la tarea de «llevar el mensaje salvador de Cristo al corazón del mundo», que decía san Juan Pablo II, con nuestra palabra y especialmente con nuestro testimonio de vida, de tal manera que la luz de la fe, alumbre en nuestra vida de tal manera que otros a través nuestro, reciban esa misma luz y «glorifiquen a nuestro Padre que está en los cielos» (Mt 5,16).

Podemos sentirnos orgullosos de nuestra fe, viviendo de acuerdo con lo que ella nos pide y dejándonos transformar, por el querer y el sentir de Dios y respondiendo con generosidad a la misión que Cristo ha dado a l a Iglesia, de la que por el bautismo participamos y hemos de hacer presente como realidad importante, en toda nuestra vida.

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