Gracias por tanto
† José Luis Retana Gozalo
Queridos diocesanos: todos somos conscientes que una familia va adelante porque siempre hay miembros que tiran de ella, que lo dan todo, que se entregan sin medida. En la Iglesia diocesana de Ciudad Rodrigo somos una gran familia, contigo. Ese contigo se refiere a ti y a mí, a todos. Nadie queda excluido de este «contigo».
La diócesis es esa porción del pueblo de Dios cuyo cuidado pastoral se encomienda al obispo, por lo que todo aquel que se siente verdaderamente miembro del pueblo de Dios está en disposición de caminar en comunión con sus hermanos bajo la guía de su pastor.
En esta familia no hay lugar para el desaliento, para el des carte, para la exclusión, para la pereza. Todos y cada uno de los miembros de dicha familia tenemos y debemos ponernos manos a la obra, cada uno desde nuestra propia vocación, nacida en nuestro bautismo. Los presbíteros como coopera dores directos y estrechos con el obispo, sin los cuales nada progresa en la vida de esta familia. Hoy más que nunca, que ridos sacerdotes, debemos entregarnos desde nuestro minis terio, para solventar las carencias derivadas de la escasez de vocaciones y de la indiferencia religiosa que inunda nuestra sociedad.
Los consagrados y consagradas desde vuestra opción radical por Cristo estáis llamados en nuestra Iglesia a ser luz y guía que apunte a un horizonte de trascendencia, que sigue siendo necesario en este mundo desorientado y falto de referencias fiables.
Y vosotros, los laicos, que buscáis guías de fe, tenéis que apostar por una vivencia fuerte y comprometida de vuestra fe, poniendo muchos elementos de vuestra vida al servicio de la labor evangelizadora de la Iglesia. Esta Iglesia que no puede subsistir sin animadores litúrgicos, sin catequistas, sin vo luntarios y agentes de pastoral de la caridad. Pero, además, vosotros sois los hombres y mujeres que tenéis que encarnar al mismo Cristo en vuestros ambientes, en la realidad profe sional, social, política.
Y todos nosotros, los bautizados, dando de lo que tenemos: nuestro tiempo, nuestro esfuerzo, nuestra aportación económi ca, nuestras ideas. No es el momento de la inacción, sino de la entrega total, porque o apostamos por la Iglesia en nuestra realidad más cercana, nuestra diócesis, nuestra parroquia, nuestro grupo o movimiento, o perderemos la oportunidad de construir entre todos la gran familia de la fe que atienda las necesidades de todos sin dejar a nadie atrás. Tomemos con ciencia de las implicaciones de nuestra fe y de la necesidad de vivirla en comunidad, alimentándola en la celebración de los sacramentos y compartiéndola con los demás en el com promiso cotidiano. Somos una gran familia convocada por Cristo, que ha de ser luz para el mundo, y lo logrará si cuenta contigo.
Con mi afecto y bendición.