Gracias por tanto.

† Francisco Javier Martínez Fernández

Podría dar la impresión de que esta gratitud de un obispo, y en el Día de la Iglesia Diocesana, se dirige principalmente  a los fieles, por la ayuda económica que dais a vuestros  pastores, a vuestras iglesias, y a los más necesitados dentro de  ellas. Y es justo que seáis receptores de esa gratitud, porque es cierto que la Iglesia entera “vive”, en cierto modo, de las ayudas  libres y voluntarias de los fieles. Es casi la única realidad de un  cierto tamaño a la que, dentro de nuestra sociedad, se pertenece  libremente, y que se sostiene también de ese modo, plenamente  libre y voluntario.

Pero esto no es toda la verdad, y ni siquiera la más importante.  La gratitud es la actitud habitual de todo verdadero cristiano. Es  la “eucaristía” (acción de gracias), que se derrama fuera de la  eucaristía y llena la vida entera. Pero el designio de Dios es que la  gratitud sea la actitud fundamental de todo hombre, porque todos  hemos recibido la vida como un don, y como un don llamado a  desembocar en Dios, en la vida eterna, en el cielo. Es verdad que  esto último solo se descubre o se verifica en el encuentro verdadero con Jesucristo, vencedor del pecado y de la muerte, «centro  del cosmos y de la historia». Ese encuentro ilumina la vida y la  muerte, y hace posible la paz y la alegría en medio de todas las  injusticias y los males de la vida, por muy grandes que sean. Esa  es la alegría de la Buena Nueva. No el que pertenezcamos a una  especie de “conventículo” al que llamamos “Iglesia” (que coexiste  junto a otras “Iglesias”, y junto a otras tradiciones religiosas, y que  compite con ellas por el reconocimiento del mundo), sino el que  en nuestra experiencia humana tal como es, mortal, y con todo el  deseo de plenitud y el dolor que la marcan (sea cual sea la historia cultural y religiosa que nos precede), se ha introducido Dios. Dios  mismo se ha unido a nuestra condición humana, la ha abrazado  en Jesucristo con un amor inimaginable, y la ha hecho suya, y  suya para siempre. «Yo estoy con vosotros todos los días hasta el  fin del mundo» (Mt 28, 20). 

Una vida tocada por Cristo es una vida de gratitud. Al Señor. Y  desde el Señor, a todos los que hacen posible una vida humana  más bella. Por supuesto, ahí están quienes nos dan a Jesucristo.  Fruto de esa experiencia bella de la vida es también una gratuidad que entra en todas las dimensiones de la vida: matrimonio  y familia, trabajo y vida económica, vida social y política. ¿La  meta? Solo una: que se multiplique el número de los que dan  gracias a Dios… por tanto.

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