Gracias por tanto

† Sebastián Chico Martínez

Queridos diocesanos: volver a los orígenes de la Iglesia  y hacerlo caminando juntos. En este tiempo de gracia,  la Iglesia universal, y también las Iglesias particulares,  están llamadas a afrontar nuevos retos que las acerquen al  origen, al principio. Desafíos que vendrán de la mano de la  conversión pastoral y personal y el regreso al espíritu de las  primeras comunidades cristianas, en lo que a autenticidad y  fidelidad al mandato evangélico se refiere.

Ponerse en camino es un denominador común en el Evangelio:  «María se puso en camino y fue aprisa» (Lc 1, 39) a visitar a su  prima Isabel. Las mujeres, primeras testigos de la resurrección,  también se pusieron en camino para anunciar que Cristo había  vencido a la muerte: «Jesús les dijo: "No temáis: id a comunicar  a mis hermanos que vayan a Galilea; allí me verán”». (Mt 28,  10). Y Jesús siempre sale al encuentro de aquellos que caminan  juntos, como con los discípulos que, desesperanzados, caminaban hacia Emaús.  

Cristo quiere que hagamos camino y que lo hagamos unidos,  porque Él siempre estará presente avanzando a nuestro lado:  “porque donde dos o tres están reunidos en mi nombre, allí  estoy yo en medio de ellos” (Mt 18, 20). A lo largo de este año,  desde que el pasado mes de octubre el santo padre abriera el  Sínodo de la Sinodalidad, los cristianos de las diócesis de todo  el mundo han aprendido el significado de esa palabra, que  unida siempre a las comunidades cristianas, había perdido, en  parte, su esencia. Ahora que nos sentimos en la misma senda:  en la de sembrar a nuestro paso semillas del Reino, tenemos  que seguir andando, no podemos parar. Seguir caminando para recoger a aquellos que se quedaron al borde de la senda;  a aquellos que no entendieron que este trayecto lo debemos  de transitar juntos para que cumpla su verdadera misión; a los  que saben que el Espíritu sopla con aires de cambio en pro de  recuperar lo auténtico. 

Ahora, que celebramos el Día de la Iglesia Diocesana, somos  más conscientes de que la nuestra está levantada por piedras  vivas que laten a un mismo son, el del Evangelio. Aquellas primitivas comunidades que lo tenían todo en común, no solo lo  material, deben ser hoy el espejo en el que reflejarnos. «Y perseveraban en la enseñanza de los apóstoles, en la comunión,  en la fracción del pan y en las oraciones. Los creyentes vivían  todos unidos y tenían todo en común; vendían posesiones y  bienes y los repartían entre todos, según la necesidad de cada  uno» (Hch 2, 42. 44-45). 

La Iglesia, a través de este camino que emprendió convocando  el Sínodo, nos quiere interpelar a cada uno de los bautizados;  nos llama a no detenernos, a seguir haciendo camino, y no uno  cualquiera, sino uno en común que como esencia tiene la misión de ser enviados a construir en este mundo el reino de Dios.

Con mi afecto y bendición.

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