¡Gracias por tanto,  de corazón!

† José Rico Pavés

No hay caridad sin corazón, como no hay gratitud sin caridad. El Día de la Iglesia Diocesana coincide en esta  ocasión con el año jubilar que está celebrando la diócesis de Asidonia-Jerez al cumplirse el centenario de la consagración de la ciudad de Jerez al sagrado corazón de Jesús.  Con ese motivo, en la última vigilia de la Inmaculada nos pre paramos para ese jubileo consagrando la diócesis al inmaculado corazón de María y, al cumplirse el centenario el 19  de febrero, renovamos la consagración de Jerez al corazón  de Jesús y extendimos esa consagración a toda la diócesis.  Mediante ese acto público de devoción, vivido con sencillez  por toda la familia diocesana, hemos querido gritar a nuestros contemporáneos lo que san Juan de Ávila proclamaba en  una celebración del Corpus Christi: «¡Que todos sepan que  nuestro Dios es Amor!». 

Creado a imagen y semejanza de Dios, que es Amor, el ser  humano ha sido dotado de corazón, como sede de su identidad personal desde la que pone en ejercicio las capacidades  que le distinguen entre las demás criaturas. La capacidad de  verdad, bondad, belleza y comunión corresponden a las facultades que nos ennoblecen: entendimiento, voluntad, afectos  y libertad. En el corazón, como centro de la persona, residen  estas facultades que nos abren a Dios, a nuestros semejantes  y al mundo. Y en el amor, como ejercicio unificado de esas  facultades, está la suma de una plenitud, que, siendo huma na, tiene su principio y fin en la vida divina. Caridad no es  amor interesado, sino amor de entrega y donación. En tiempos en que se llama amor a la búsqueda del propio interés o a la desordenada satisfacción de las pasiones, es necesario  añadir al grito del santo doctor de la Iglesia la proclamación  del amor verdadero: «¡Que todos sepan que no hay amor sin  entrega!».  

Para que una diócesis sea mucho más que una demarcación  territorial y sea de verdad una porción del Pueblo de Dios que camina unida como una familia es necesario unir los corazones de sus miembros en el corazón cuyo amor es divino  y humano. Cuando ponemos el amor de Dios que brota del  corazón de Cristo en el centro de nuestro vida personal y diocesana, descubrimos renovada nuestra capacidad de amar:  nos damos a Dios y a nuestro prójimo, caminamos juntos en la  Iglesia y transformamos el mundo desde el Evangelio. Evangelizar con corazón requiere oración, pues «el corazón habla al  corazón»; regalar el propio tiempo sabiendo que primero me  ha sido regalado; poner al servicio de los demás las propias  cualidades, pues sin los demás de nada me servirían; y sentir  como propias las necesidades de todos ayudando con mis  propios bienes. 

A todos los miembros de la familia diocesana que os dais a  vosotros mismos y aportáis vuestra oración, tiempo, cualidades y apoyo económico, ¡gracias por tanto, de corazón! 

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