No hay caridad sin corazón, como no hay gratitud sin caridad. El Día de la Iglesia Diocesana coincide en esta ocasión con el año jubilar que está celebrando la diócesis de Asidonia-Jerez al cumplirse el centenario de la consagración de la ciudad de Jerez al sagrado corazón de Jesús. Con ese motivo, en la última vigilia de la Inmaculada nos pre paramos para ese jubileo consagrando la diócesis al inmaculado corazón de María y, al cumplirse el centenario el 19 de febrero, renovamos la consagración de Jerez al corazón de Jesús y extendimos esa consagración a toda la diócesis. Mediante ese acto público de devoción, vivido con sencillez por toda la familia diocesana, hemos querido gritar a nuestros contemporáneos lo que san Juan de Ávila proclamaba en una celebración del Corpus Christi: «¡Que todos sepan que nuestro Dios es Amor!».
Creado a imagen y semejanza de Dios, que es Amor, el ser humano ha sido dotado de corazón, como sede de su identidad personal desde la que pone en ejercicio las capacidades que le distinguen entre las demás criaturas. La capacidad de verdad, bondad, belleza y comunión corresponden a las facultades que nos ennoblecen: entendimiento, voluntad, afectos y libertad. En el corazón, como centro de la persona, residen estas facultades que nos abren a Dios, a nuestros semejantes y al mundo. Y en el amor, como ejercicio unificado de esas facultades, está la suma de una plenitud, que, siendo huma na, tiene su principio y fin en la vida divina. Caridad no es amor interesado, sino amor de entrega y donación. En tiempos en que se llama amor a la búsqueda del propio interés o a la desordenada satisfacción de las pasiones, es necesario añadir al grito del santo doctor de la Iglesia la proclamación del amor verdadero: «¡Que todos sepan que no hay amor sin entrega!».
Para que una diócesis sea mucho más que una demarcación territorial y sea de verdad una porción del Pueblo de Dios que camina unida como una familia es necesario unir los corazones de sus miembros en el corazón cuyo amor es divino y humano. Cuando ponemos el amor de Dios que brota del corazón de Cristo en el centro de nuestro vida personal y diocesana, descubrimos renovada nuestra capacidad de amar: nos damos a Dios y a nuestro prójimo, caminamos juntos en la Iglesia y transformamos el mundo desde el Evangelio. Evangelizar con corazón requiere oración, pues «el corazón habla al corazón»; regalar el propio tiempo sabiendo que primero me ha sido regalado; poner al servicio de los demás las propias cualidades, pues sin los demás de nada me servirían; y sentir como propias las necesidades de todos ayudando con mis propios bienes.
A todos los miembros de la familia diocesana que os dais a vosotros mismos y aportáis vuestra oración, tiempo, cualidades y apoyo económico, ¡gracias por tanto, de corazón!