Somos una gran familia contigo.

† Julián López Martín

Queridos diocesanos: El Día de la Iglesia Diocesana ha de ser una jornada en la  que todos nos sintamos más corresponsables y experimentemos el gozo de pertenecer a esta diócesis de León. Lo hacemos  desde cada comunidad cristiana de nuestra geografía diocesana  con su singular historia de fe y evangelización. Para ayudarnos a  celebrar así el 6 de noviembre, os invito a reconocer la generosidad de cada diocesano en este caminar juntos, de modo sinodal,  unidos a toda la Iglesia que peregrina en España. 

Es justo que nos congratulemos y agradezcamos unos a otros la  corresponsabilidad eclesial que se expresa en los dones de la oración, el tiempo, las cualidades y el apoyo económico. Cuidando  estos pilares crecemos como comunidad de hermanos y hermanas  en esta Iglesia particular legionense. 

Nuestra contribución económica al sostenimiento de la Iglesia es  una indispensable comunicación cristiana de bienes que hace posible la misión eclesial. Cada uno aporta en la medida de sus  posibilidades mientras recibe conforme a sus carencias. Hay mu cho que agradecer cuando nos esforzamos juntos por hacer más  digna la vida de quien lo necesita, evangelizar y conservar cuanto  pertenece al pueblo de Dios. 

Poner las cualidades al servicio de los demás es sembrar servicialidad y fraternidad. Semillas que producen frutos no solo en quien  recibe ayuda, sino también en quien la presta. Dar gratis lo que  hemos recibido gratuitamente suscita una corriente de cercanía  que estrecha lazos de hermanos y amigos. 

La comunicación cristiana de bienes y las cualidades compartidas  son dones que están llamados a extenderse también en el tiempo  regalado. Un tiempo que es oro tanto para quienes lo ofrecen  como para quienes lo acogen. Regalar y agradecer el tiempo a  los demás multiplica el encuentro, el camino común, el compartir  fraterno, y nos ayuda a poner el reloj en pausa y la atención al  hermano siempre en movimiento. 

El principio y el colofón de estos dones eclesiales vividos diocesanamente es la oración. Orar llena de contenido y sentido todo lo  anterior, lo precede, acompaña y sella. Oración de súplica, que  susurran fácilmente los labios, pero también de acción de gracias  profunda, que ensancha el corazón del orante y le hace adorar  y alabar sin esperar nada, pues quien reza vivamente queda saciado. 

Digamos con satisfacción: «¡Gracias por tanto!». Gracias por  cada aportación económica solidaria y caritativa en la medida de  tus posibilidades. Gracias por brindar tus cualidades al servicio de  otros. Gracias por tanto tiempo regalado, que no es nunca tiempo perdido, sino siempre ganado. Gracias por tus plegarias que  elevan cada obra coherente al Señor y te acercan a los hermanos  para construir el cuerpo de Cristo en León, Iglesia peregrina que  cree, ama y espera con generosidad y alegría camino de la Jerusalén celeste. 

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