Gracias por tanto
† Alfonso Carrasco Rouco

Queridos hermanos: celebramos un año más el Día de la Iglesia diocesana, de nuestra Iglesia real, cercana, en la  que vivimos la relación con Dios, recibimos su gracia y su  luz, en la que caminamos unidos, sosteniéndonos mutuamente en  la fe y la esperanza, ayudándonos en la inteligencia de la vida  y a mantener la caridad del corazón en todas las circunstancias.

De hecho, somos invitados a vivir este día en el agradecimiento:  gracias por tanto, dice el lema, por tantas cosas, buenas y hondas,  más de las que podríamos contar o describir. 

Por eso, damos gracias a Dios, de quien nos viene este lugar de  vida y verdad, cercano y cotidiano, tan humano y a la vez tan di vino. Las cosas humanas son concretas y Dios se acercó a nosotros  concretamente, naciendo en Belén para quedarse con nosotros to dos los días, en nuestra tierra, en nuestras parroquias y templos. 

Celebramos pues este día dando gracias a Dios por nuestra Iglesia diocesana, en la que nuestras familias, nuestros catequistas y  amigos, nuestros sacerdotes, han enriquecido nuestro corazón con  tesoros de fe, de certeza del amor de Dios y de comprensión de  lo más importante en la vida; donde nos hemos enriquecido con  gracias singulares, por las que aprendimos el sacrificio, la entrega, el amor verdadero, la gratuidad ante el hermano necesitado. 

Damos gracias al Señor Jesús por nuestros templos, por los sacramentos y las celebraciones vividas, por su presencia constante en  el don de su cuerpo y de su sangre, por ser piedra angular sobre  la que construir la vida, fuente de una esperanza que no desaparece y nos sostiene en todas las dificultades. 

Damos gracias por todas las ayudas recibidas y por todas las que  hemos podido ofrecer nosotros; si las primeras son un consuelo  que reconforta el corazón, las segundas son una alegría, que es  más grande al dar que al recibir, dijo nuestro Señor. Damos gracias por la presencia de los hermanos, por poder vivir unidos,  acompañándonos en los ritmos de la vida. 

El tesoro más grande está cerca de nosotros, en la realidad de la  Iglesia presente entre nuestras casas, en nuestras calles y pueblos;  hecha de carne y del aliento del Señor, que no nos abandona. 

Demos gracias por tanto, por nuestra Iglesia diocesana. Y cuidémosla: en el hablar, en la ayuda y la corrección fraterna, en la  disponibilidad de nuestras personas en las necesidades; pero tam bién con nuestra presencia y responsabilidad en la vida cotidiana,  participando de corazón en nuestras parroquias, manifestando  con confianza nuestra fe a los cercanos y a los lejanos. Los gestos  del compartir se hacen concretos así, en la cercanía de nuestra  Iglesia diocesana. 

Pidamos los unos por los otros, por los enfermos, por quienes nos  necesitan. Pidamos por nuestras parroquias y por nuestra Iglesia,  llamada a ser un bien tan grande en la vida de todos. Encomendé monos especialmente a la protección de la santísima Virgen María, madre de Dios y madre nuestra. Que por su intercesión Dios  nos bendiga a todos con una misericordia abundante, en nuestras  casas y parroquias; y especialmente como Iglesia diocesana, familia suya en esta tierra, un año más. 

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