Gracias por vuestro corazón misericordioso

† Gerardo Villalonga Hellín

Administrador Diocesano de Menorca

Una persona extendía la palma de la mano y pregunta- ba a su interlocutor: «¿Qué es esto?» Nadie respondía correctamente, y él mismo daba la respuesta: «un cura vivo». Luego repetía lo mismo, pero con la palma extendida hacia abajo: «un cura muerto, porque si estuviera vivo, seguiría pidiendo». El chiste tiene su gracia, pero nos ayuda a pensar, porque muchas veces parece que nuestra ocupación principal es la de conseguir medios económicos para financiar nuestros proyectos. Desgraciadamente, esta etiqueta de “peseteros” está muy adherida a todos aquellos que admi- nistramos los bienes económicos de la Iglesia.

Por esta razón, estoy convencido de que nuestro discurso nunca debe comenzar por una petición, sino por una acción de gracias sincera a todas las personas e instituciones que nos ayudan. No se trata de una nueva táctica para reclamar la generosidad de quienes sostienen nuestras obras, sino de ir a la fuente de donde mana todo: el amor de Dios que se ha derramado sobre nosotros. La acción de gracias es la actitud fundamental del cristiano, de la que debe rebosar nuestro corazón y nuestra palabra.

Delante de Dios nos sentimos siempre “administradores” tanto de los bienes materiales, como de las cualidades que poseemos. No podemos levantar un muro y colocar a un lado a los que dan y en otro a los que piden. Porque lo importante es “darse” en todo momento y en toda circunstancia, siguiendo el ejemplo de Jesús. 

Hace ya tiempo, en una reunión de Vida Ascendente, pregunté a los asistentes una definición de generosidad. Una señora contestó con rapidez: «la persona que disfruta dando». Hemos de pedir y hemos de dar con alegría unos y otros, porque el Señor actúa a través de mediaciones y el compar- tir con generosidad nos hace ser transparencia de Dios allí donde estamos.

Las razones esgrimidas hasta ahora nos introducen en el núcleo central de la campaña de este año: no queremos pedir nada en concreto; sabemos que siempre podemos contar con vosotros. Queremos simplemente daros las gracias a todos los que contribuís de una u otra manera al sostenimiento de la Iglesia.

La finalidad de los bienes eclesiásticos que administramos es clara: el sostenimiento del culto y del clero; las obras de caridad y de apostolado. Somos la familia de Dios en la tierra y todos somos corresponsables de su sostenimiento. Además, los que pedimos también hemos de dar, hemos de ser generosos con aquellos bienes que hemos recibido: nuestros pequeños sueldos y retribuciones en distintos conceptos también han de tener un retorno. La austeridad de vida y la virtud de la pobreza son fuentes de alegría para los pastores y un ejemplo para los fieles.

Gracias por vuestro corazón misericordioso

† Gerardo Villalonga Hellín

Administrador Diocesano de Menorca

Una persona extendía la palma de la mano y pregunta- ba a su interlocutor: «¿Qué es esto?» Nadie respondía correctamente, y él mismo daba la respuesta: «un cura vivo». Luego repetía lo mismo, pero con la palma extendida hacia abajo: «un cura muerto, porque si estuviera vivo, seguiría pidiendo». El chiste tiene su gracia, pero nos ayuda a pensar, porque muchas veces parece que nuestra ocupación principal es la de conseguir medios económicos para financiar nuestros proyectos. Desgraciadamente, esta etiqueta de “peseteros” está muy adherida a todos aquellos que admi- nistramos los bienes económicos de la Iglesia.

Por esta razón, estoy convencido de que nuestro discurso nunca debe comenzar por una petición, sino por una acción de gracias sincera a todas las personas e instituciones que nos ayudan. No se trata de una nueva táctica para reclamar la generosidad de quienes sostienen nuestras obras, sino de ir a la fuente de donde mana todo: el amor de Dios que se ha derramado sobre nosotros. La acción de gracias es la actitud fundamental del cristiano, de la que debe rebosar nuestro corazón y nuestra palabra.

Delante de Dios nos sentimos siempre “administradores” tanto de los bienes materiales, como de las cualidades que poseemos. No podemos levantar un muro y colocar a un lado a los que dan y en otro a los que piden. Porque lo importante es “darse” en todo momento y en toda circunstancia, siguiendo el ejemplo de Jesús. 

Hace ya tiempo, en una reunión de Vida Ascendente, pregunté a los asistentes una definición de generosidad. Una señora contestó con rapidez: «la persona que disfruta dando». Hemos de pedir y hemos de dar con alegría unos y otros, porque el Señor actúa a través de mediaciones y el compar- tir con generosidad nos hace ser transparencia de Dios allí donde estamos.

Las razones esgrimidas hasta ahora nos introducen en el núcleo central de la campaña de este año: no queremos pedir nada en concreto; sabemos que siempre podemos contar con vosotros. Queremos simplemente daros las gracias a todos los que contribuís de una u otra manera al sostenimiento de la Iglesia.

La finalidad de los bienes eclesiásticos que administramos es clara: el sostenimiento del culto y del clero; las obras de caridad y de apostolado. Somos la familia de Dios en la tierra y todos somos corresponsables de su sostenimiento. Además, los que pedimos también hemos de dar, hemos de ser generosos con aquellos bienes que hemos recibido: nuestros pequeños sueldos y retribuciones en distintos conceptos también han de tener un retorno. La austeridad de vida y la virtud de la pobreza son fuentes de alegría para los pastores y un ejemplo para los fieles.

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