Dar con toda el alma

† Fr. Jesús Sanz Montes

Nadie puede vivir encerrado en el agujero de sus temores y parapetado en la inhibición de sus egoísmos. Hemos sido creados para salir de nosotros mismos y encontrarnos con los otros, sabedores de que no lo sabemos todo, no lo tenemos todo ni todo lo podemos. Eso solo ocurre en Dios. Pero Él ha que- rido que, lo que yo ignoro, me lo enseñen otras personas; lo que yo no tengo, sean ellas quienes me lo regalen; lo que no puedo, sea con otros hermanos como se haga posible. Así de hermoso y verdadero es el aceptar nuestra humana condición, hijos de Dios y hermanos de cuantos Él ha puesto a mi lado.

Por eso el dar es un gesto que nos humaniza, nos hace vivir esa condición humana que nos abre a los demás. Ahora bien, hay personas que dan algo, pero a regañadientes, como por una obligación imperada, por miedo tal vez, por interés esperando sacar algo a cambio, y con un montón de motivaciones variadas. Pero también hay gente que da a fondo perdido, que lo hace como un gesto solidario de verdadero amor al otro, sin esperar una recompensa, ni una manera de pago camuflado.

Vivimos en un momento de cálculo en la entrega cuando arre- cian las circunstancias más adversas que nos dejan pobres y nos recuerdan que somos pequeños. Los avatares de una pandemia, las malas gobernanzas, la deriva económica, las guerras que no cesan, dibujan un escenario en el que aparecen sin equívoco lo mejor y lo peor de nuestra sociedad. Lo mejor, cuando la gene- rosidad se llega a hacer heroica en una entrega admirable sin escatimar tiempo ni medios. Lo peor, cuando nos refugiamos en nuestro egoísmo y desaparecemos en nuestra insolidaridad. Es precisamente ante este escenario, cuando aparece el perfil de nuestra humanidad con todos sus defectos y todas sus virtudes. La circunstancia es la misma, pero cambia el modo de mirarla, de abrazarla y de vivirla. Este el es continuo desafío al que nos sabemos emplazados los cristianos, cuando por esta riada peno- sa de tentaciones egoístas podríamos sentirnos arrastrados a lo más fácil y más insolidario.

El Día de la Iglesia Diocesana es un momento para tomar con- ciencia de ello. Todos los gestos, todas las iniciativas, confluyen en esa conciencia de sabernos parte de un pueblo que nos sos- tiene y acompaña, teniendo a Dios en medio. De Él aprendemos a mirarnos, a acogernos, a perdonarnos, como instrumentos de fraternidad, de paz y de bien, en un mundo tantas veces desqui- ciado por sus demonios pasados, actuales y venideros. Y, entre otras cosas, aprendemos también a dar y a darnos.

Dar con alegría, es lo que nos ayuda a testimoniar con nues- tra oración, nuestra catequesis, nuestra caridad social, que so- mos cristianos. Ahí están nuestras plegarias, nuestra formación y nuestras limosnas, que dado todo con alegría, nos regala la mirada de Dios que nos ama.

 

 
1 1 1 1 1 1 1 1 1 1

Artículos Destacados