Humildad apasionada que testimonia la fe

† Fr. Jesús Sanz Montes, ofm

Arzobispo de Oviedo

Desde aquella despedida como siempre con aires de nostalgia que tuvo lugar en aquella colina junto a Jerusalén, el monte Olivete, los primeros discípulos cristianos recibieron una encomienda: hacer prosélitos, comunicar el gozo de la fe que ellos habían encontrado, invitando a otros a formar parte de la comunidad de Jesús el Señor.

No era conseguir adeptos incondicionales, ingenuos engañados. Era una invitación amable y sugestiva, desde el testimonio sincero del encuentro con Jesús que habían realizado previamente ellos. Comunicaban con alegría aquello que había transformado su vida. Es lo que decía el papa Benedicto XVI: «No se comienza a ser cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, con una Persona, que da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva». Pero podemos vivir el encuentro que nos ha cambiado la vida, o la comunicación a otros de aquello que hemos encontrado, de no pocas maneras: de un modo sencillo y humilde, o de un modo altanero y agresivo. No está el problema en hacer proselitismo, sino en cómo se hace y porqué.

Cada año tenemos en nuestro calendario cristiano una jornada que hemos llamado el Día de la Iglesia Diocesana. Es un oportuno pretexto para recordar una pertenencia, el sabernos miembros de una comunidad cristiana que tiene una historia a la que pertenecemos y que cada uno seguimos escribiendo en comunión fraterna. Esa comunidad en la que celebramos la fe con las oraciones y los sacramentos, en la que nos formamos con la catequesis adecuada a nuestra edad y nuestro momento, en el testimonio de la caridad con la que abrazamos a lo que Jesús más amó: los pobres de todas las pobrezas.

Celebrar la fe, nutrirla con formación continua y testimoniarla caritativamente, esto es la vida cristiana. Este es el sano orgullo de nuestra fe, que ha de hacerse con apasionada humildad
ante la gente de nuestra generación. Así como se pone la luz en el candelero o se alza la ciudad sobre el monte, como decía Jesús, así también nosotros los cristianos mostramos con sencillez nuestro modo de ver las cosas, de abrazarlas y vivirlas. Para evitar que nos confundan con un simple vaivén oportunista que se mueve por mantras raros impuestos o prestados, perdiendo las referencias y las motivaciones, como a veces sucede en un mundo que todo lo relativiza cuando no se levanta sobre la roca que nos fundamenta. Nuestra fe debe provocar el testimonio humilde y creíble de la vida cristiana, ese que a través de la historia han provocado los santos de cada generación. A esto se nos llama a todos los que formamos parte de una Iglesia particular como diócesis.

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