Orgullosos de nuestra fe

† Ernesto Jesús Brotóns Tena

Obispo de Plasencia

Queridos hermanos y hermanas de esta Iglesia de Plasencia: lo primero, un afectuoso saludo en este entrañable Día de la Iglesia Diocesana, ocasión propicia para sentirnos parte de ella y celebrar que somos familia, comunidad.

La campaña de este año nos invita a sentirnos «Orgullosos de nuestra fe». 

No es lo mismo «ser orgulloso» (suena a vanidad o soberbia) que «estar o sentirse orgulloso» de algo, de alguien, o de uno mismo. Este último sentimiento dice más bien reconocimiento, satisfacción, gratitud. A lo primero se opone la humildad; a lo segundo, la «vergüenza», el temor a ser mirado, señalado.

Precisamente, este temor es lo que muchos cristianos experimentan a la hora de mostrar abiertamente su fe en un contexto difícil, que parece no dejar espacio a Dios y en el que la pertenencia a la Iglesia no solo se desdibuja, sino que suele ser objeto de crítica o caricatura. Cierto es que podemos protagonizar situaciones contrarias al Evangelio que nos avergüenzan y nos obligan a estar en un permanente estado de conversión. Pero también es cierto que, en nuestra Iglesia, y en nuestra diócesis de Plasencia (así o he podido percibir a lo largo de todo este año), hay también mucho amor, tiempo y vida entregada, nuestro tiempo y nuestra vida, algo de lo que, con humildad y sin arrogancia, podemos sentirnos orgullosos y, sobre todo, hoy, agradecidos.

Conscientes de que, realmente, solo podemos gloriarnos en el Señor (2 Cor 10,17), nos sobran motivos para sentirnos orgullosos de nuestra fe, un don totalmente inmerecido. Ni esta es residuo del pasado, ni sinónimo de oscuridad. Al contrario, ilumina la vida, te ensancha el corazón y te inunda de ganas de vivir, conforta y abre caminos y horizontes nuevos, a la vez que humaniza, transforma y sana nuestro mundo, tan herido y tan roto. Crea fraternidad y, ante todo, nos «des-centra», empujándonos a vivir para Dios y para los demás, al servicio de esa hermosa realidad que Jesús llamó «reino de Dios».

Creo que no hay palabra más buena, decisiva y provocativa para las personas, para la sociedad, para los pequeños y los últimos que el Evangelio. Nada hay más grande que la experiencia de sabernos amados por Dios y de amarlo, que la aventura de amar. No es lo mismo creer que no creer; la vida no es igual con Jesús que sin Jesús. Por eso, no podemos callar su nombre y dejar de anunciarlo. Todos perderían; todos perderíamos.

Agradezcamos hoy el don de la fe y de nuestra Iglesia diocesana, madre en la que esta ha nacido, crece y se alimenta. Es un regalo vivir nuestra vida cristiana acompañados y arropados por una auténtica comunidad de hermanos. Cuidemos este don y sigamos avanzando y creciendo como Iglesia, siempre de la mano del Señor, con su Espíritu, y bajo el amparo y la tierna mirada de nuestra Madre. Contamos, en este nuevo año jubilar, recién iniciado, con la intercesión de nuestros santos hermanos patronos Fulgencio y Florentina.

Con mi afecto y bendición.

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