Gracias por tanto

† José Luis Retana Gozalo

Queridos hermanos y hermanas de esta Iglesia de Plasen- cia. Lo primero, un afectuoso saludo.

Apenas iniciado mi ministerio episcopal, con el eco re- ciente y agradecido de la ordenación, y la gratitud por vuestra acogida, me dirijo a todos vosotros en este día entrañable de la Iglesia diocesana, ocasión propicia para celebrar que somos Iglesia, familia, comunidad. Es hermoso y necesario sentirnos parte de algo y de alguien. No somos islas.

La campaña de este año nos invita, sencillamente, a decirle a nuestra Iglesia, a nuestras comunidades cristianas, a tantas per- sonas que han empeñado y empeñan en ellas tiempo, vida, ilu- sión, esfuerzo…, «gracias», «gracias por tanto».

Gracias por ofrecernos el mejor regalo: Jesucristo, el don de la fe. Todos creemos porque alguien nos habló de Él, nos enseñó a rezar, nos animó a seguirle, nos ayudó y nos ayuda a crecer como personas y creyentes. Quizá fueron nuestros padres, abue- los, un sacerdote, aquella catequista, aquel grupo… Hagamos memoria tierna y agradecida. Recordemos (traigamos de nuevo al corazón) sus nombres, sus rostros, y tomemos de forma activa y corresponsable el testigo.

Gracias por poder vivir nuestra vida y vida cristiana alentados, acompañados y arropados por una auténtica comunidad de hermanos. No somos una oficina dispensadora de servicios re- ligiosos, sino una comunidad fraterna, espacio de encuentro, de comunión y de comunión misionera, hogar que acoge e integra, celebra su fe, acompaña y educa, capaz, a su vez, de salir con la mochila a la calle a sanar heridas, arrimar el hombro para construir un mundo más justo, humano y fraterno, y anunciar con valentía el Evangelio. Compartimos juntos una misión hermosa.

Gracias por formar parte de tantos momentos importantes y sig- nificativos de nuestra vida y la vida de esta tierra.

Hablar de nuestra diócesis no es hablar de un ente abstracto, etéreo, sino de comunidades y rostros concretos: niños, jóvenes, adultos, ancianos… seglares, religiosos, sacerdotes, diáconos, obispo. La Iglesia diocesana no sería nada sin ninguno de vo- sotros. No olvidemos nunca, por favor, la gratitud, el cuidado, la atención y la ternura con los que durante años han servido a nuestras parroquias, comunidades, diócesis, y que, por la enfer- medad o la avanzada edad, salvo con la oración y su presencia, ya no pueden hacerlo activamente.

Seguramente, nuestra Iglesia no será perfecta. Vivimos en cons- tante camino de conversión; pero en ella hay kilos de amor de- rrochado. Demos gracias a Dios por ella, oremos por ella y cui- démosla entre todos.

En nombre del Señor, agradezco la generosidad de tantos que ofrecéis día a día vuestra persona, tiempo o ayuda económica para la vitalidad y mantenimiento de nuestra diócesis. Gracias de corazón.

Con mi afecto y bendición.

Gracias por tanto

† José Luis Retana Gozalo

Queridos hermanos y hermanas de esta Iglesia de Plasen- cia. Lo primero, un afectuoso saludo.

Apenas iniciado mi ministerio episcopal, con el eco re- ciente y agradecido de la ordenación, y la gratitud por vuestra acogida, me dirijo a todos vosotros en este día entrañable de la Iglesia diocesana, ocasión propicia para celebrar que somos Iglesia, familia, comunidad. Es hermoso y necesario sentirnos parte de algo y de alguien. No somos islas.

La campaña de este año nos invita, sencillamente, a decirle a nuestra Iglesia, a nuestras comunidades cristianas, a tantas per- sonas que han empeñado y empeñan en ellas tiempo, vida, ilu- sión, esfuerzo…, «gracias», «gracias por tanto».

Gracias por ofrecernos el mejor regalo: Jesucristo, el don de la fe. Todos creemos porque alguien nos habló de Él, nos enseñó a rezar, nos animó a seguirle, nos ayudó y nos ayuda a crecer como personas y creyentes. Quizá fueron nuestros padres, abue- los, un sacerdote, aquella catequista, aquel grupo… Hagamos memoria tierna y agradecida. Recordemos (traigamos de nuevo al corazón) sus nombres, sus rostros, y tomemos de forma activa y corresponsable el testigo.

Gracias por poder vivir nuestra vida y vida cristiana alentados, acompañados y arropados por una auténtica comunidad de hermanos. No somos una oficina dispensadora de servicios re- ligiosos, sino una comunidad fraterna, espacio de encuentro, de comunión y de comunión misionera, hogar que acoge e integra, celebra su fe, acompaña y educa, capaz, a su vez, de salir con la mochila a la calle a sanar heridas, arrimar el hombro para construir un mundo más justo, humano y fraterno, y anunciar con valentía el Evangelio. Compartimos juntos una misión hermosa.

Gracias por formar parte de tantos momentos importantes y sig- nificativos de nuestra vida y la vida de esta tierra.

Hablar de nuestra diócesis no es hablar de un ente abstracto, etéreo, sino de comunidades y rostros concretos: niños, jóvenes, adultos, ancianos… seglares, religiosos, sacerdotes, diáconos, obispo. La Iglesia diocesana no sería nada sin ninguno de vo- sotros. No olvidemos nunca, por favor, la gratitud, el cuidado, la atención y la ternura con los que durante años han servido a nuestras parroquias, comunidades, diócesis, y que, por la enfer- medad o la avanzada edad, salvo con la oración y su presencia, ya no pueden hacerlo activamente.

Seguramente, nuestra Iglesia no será perfecta. Vivimos en cons- tante camino de conversión; pero en ella hay kilos de amor de- rrochado. Demos gracias a Dios por ella, oremos por ella y cui- démosla entre todos.

En nombre del Señor, agradezco la generosidad de tantos que ofrecéis día a día vuestra persona, tiempo o ayuda económica para la vitalidad y mantenimiento de nuestra diócesis. Gracias de corazón.

Con mi afecto y bendición.

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