No lo dudes: ayuda a tu Iglesia diocesana

† Manuel Sánchez Monge

Todos nacemos en un lugar concreto, en una familia con- creta. Y este hecho nos marca para siempre. De alguna manera nuestra manera de pensar y de vivir hunde sus raíces en lo que aprendimos de pequeños en el seno de nues- tra familia. Algo similar ocurre con nuestro nacimiento a la vida de hijos de Dios. Nacemos en el seno de la Iglesia, la gran Iglesia universal y la más pequeña Iglesia particular, la diócesis, y dentro de ella en una parroquia concreta. Todas ellas forman parte de la gran familia de los hijos de Dios.

No despreciemos nunca nuestra historia particular, nuestra parroquia, nuestra diócesis. En ella y por medio de ella se nos ofrecen los valores y la sabiduría mayores, el amor más ver- dadero y la vida sin límites. Porque el más grande de todos, el Dios eterno, ha querido demostrar su poder haciéndose semejante a nosotros, habitando entre nosotros, para salvar y llenar de bien y de vida a los que somos pequeños, y tenemos incluso el corazón estrecho y endurecido.

Cuidemos esta familia diocesana como un gran tesoro, a nuestros hermanos y hermanas, a nuestros sacerdotes, a la vida consagrada, los templos, las tareas y las iniciativas co- munes. En esta familia, humilde y grande a la vez, están en- cerradas las riquezas más decisivas de la vida. Sepamos ver en ellas el tesoro del Evangelio que hacen presente allí donde se desenvuelve nuestra vida de cada día. Valoremos la belle- za de nuestros templos, ermitas y santuarios. Pero sobre todo apreciemos la presencia del Señor Jesús, la promesa de vida, la esperanza que brota de vivir en su compañía, sin sentirnos solos, sino siendo miembros de su familia. Caminemos juntos,escuchándonos unos a otros y, sobre todo, escuchando a Je- sucristo que nos habla por medio de su Palabra y por medio de los hermanos.

Cada uno puede aportar un poco de lo que tiene: una oración por los más nece- sitados. Es lo que más vale porque la oración es el mo- tor de toda actividad evan- gelizadora. Entrega una sonrisa cercana a quien su- fre, un rato de compañía a quien se siente solo, echa una mano en las tareas de todos… Dedica algo de tu tiempo a los demás con ge- nerosidad. Haz un donativo: anímate a hacer tu aporta- ción periódica, así ayudas mejor, porque permites elaborar presupuestos y mejorar.

Cuidemos esta familia diocesana como un gran tesoro, a nuestros hermanos y hermanas, a nuestros sacerdotes, a la vida consagrada, los templos, las tareas y las iniciativas comunesrar la utilización de los recursos y planificar acciones a medio y largo plazo.

Practicando el amor universal, que no conoce límites y que tiene entrañas de misericordia, daremos el mejor testimonio de que nuestra diócesis y nuestra parroquia son una auténtica familia de fe en la que Jesucristo es nuestro hermano mayor, nuestro maestro y nuestro Señor.

 
 

No lo dudes: ayuda a tu Iglesia diocesana

† Manuel Sánchez Monge

Todos nacemos en un lugar concreto, en una familia con- creta. Y este hecho nos marca para siempre. De alguna manera nuestra manera de pensar y de vivir hunde sus raíces en lo que aprendimos de pequeños en el seno de nues- tra familia. Algo similar ocurre con nuestro nacimiento a la vida de hijos de Dios. Nacemos en el seno de la Iglesia, la gran Iglesia universal y la más pequeña Iglesia particular, la diócesis, y dentro de ella en una parroquia concreta. Todas ellas forman parte de la gran familia de los hijos de Dios.

No despreciemos nunca nuestra historia particular, nuestra parroquia, nuestra diócesis. En ella y por medio de ella se nos ofrecen los valores y la sabiduría mayores, el amor más ver- dadero y la vida sin límites. Porque el más grande de todos, el Dios eterno, ha querido demostrar su poder haciéndose semejante a nosotros, habitando entre nosotros, para salvar y llenar de bien y de vida a los que somos pequeños, y tenemos incluso el corazón estrecho y endurecido.

Cuidemos esta familia diocesana como un gran tesoro, a nuestros hermanos y hermanas, a nuestros sacerdotes, a la vida consagrada, los templos, las tareas y las iniciativas co- munes. En esta familia, humilde y grande a la vez, están en- cerradas las riquezas más decisivas de la vida. Sepamos ver en ellas el tesoro del Evangelio que hacen presente allí donde se desenvuelve nuestra vida de cada día. Valoremos la belle- za de nuestros templos, ermitas y santuarios. Pero sobre todo apreciemos la presencia del Señor Jesús, la promesa de vida, la esperanza que brota de vivir en su compañía, sin sentirnos solos, sino siendo miembros de su familia. Caminemos juntos,escuchándonos unos a otros y, sobre todo, escuchando a Je- sucristo que nos habla por medio de su Palabra y por medio de los hermanos.

Cada uno puede aportar un poco de lo que tiene: una oración por los más nece- sitados. Es lo que más vale porque la oración es el mo- tor de toda actividad evan- gelizadora. Entrega una sonrisa cercana a quien su- fre, un rato de compañía a quien se siente solo, echa una mano en las tareas de todos… Dedica algo de tu tiempo a los demás con ge- nerosidad. Haz un donativo: anímate a hacer tu aporta- ción periódica, así ayudas mejor, porque permites elaborar presupuestos y mejorar.

Cuidemos esta familia diocesana como un gran tesoro, a nuestros hermanos y hermanas, a nuestros sacerdotes, a la vida consagrada, los templos, las tareas y las iniciativas comunesrar la utilización de los recursos y planificar acciones a medio y largo plazo.

Practicando el amor universal, que no conoce límites y que tiene entrañas de misericordia, daremos el mejor testimonio de que nuestra diócesis y nuestra parroquia son una auténtica familia de fe en la que Jesucristo es nuestro hermano mayor, nuestro maestro y nuestro Señor.

 
 
1 1 1 1 1 1 1 1 1 1

Artículos Destacados