Nos sentimos orgullosos de nuestra fe

† Manuel Sánchez Monge

Obispo de Santander

”Ofrecer a los hombres y mujeres de nuestro tiempo la misericordia de Dios y la fraternidad humana como estímulo para construir una humanidad nueva, es ciertamente una propuesta de la que nos podemos sentir orgullosos"

En un mundo como el nuestro en el que muchos viven como si Dios no existiera, en el que se ven como normales modelos de vida abiertamente inmorales que chocan con la en-señanza de la Iglesia, necesitamos dar cuenta de la esperanza cristiana. Ser cristiano no es una especie de vestido que se lleva en privado o en ocasiones particulares. Se trata más bien de algo vivo y totalizante, capaz de asumir todo lo que de bueno existe en la modernidad. Es necesario hacer que el estilo de vida de los creyentes sea creíble y convincente también para quienes atraviesan graves situaciones Redescubramos la esencia del cristianismo: el encuentro personal con Jesucristo. El cristianismo no son normas, ni costumbres envejecidas, ni un simple código ético. Es un acontecimiento real en la vida de cada cristiano que lo es de verdad. El cristianismo se basa en el encuentro con una Persona viva, Jesucristo. Sólo este encuentro cambia realmente la vida de los hombres y le da un sentido último y definitivo.

A muchos se les hace hoy difícil el acceso a Jesús. Algunas imágenes de Jesús, que se hacen pasar por científicas, le roban su grandeza y la singularidad de su persona. Nosotros hemos de testimoniar que también hoy podemos ver a Jesús y hablar con Él, si vivimos la fe. Ahora bien, para ser testigos de Cristo en un mundo que se halla sumergido en una «cultura líquida» y consumista, un mundo de usar y tirar, sometido al relativismo, anunciar a Jesucristo exige a la Iglesia ser servidora de los hombres. Porque «el hombre –enseñó san Juan Pablo II» es el primer camino que la Iglesia debe recorrer en el cumplimiento de su misión. Él es la primera vía fundamental de la Iglesia, trazada por el mismo Cristo, vía que inalterablemente pasa a través de la Encarnación y de la Redención”.

Por tanto, la misión de la Iglesia comienza por la escucha, para acoger y compartir los gozos y los sufrimientos de los otros. A Cristo, al ver a la multitud despojada y abatida, se le
conmovieron las entrañas. Ofrecer a los hombres y mujeres de nuestro tiempo la misericordia de Dios y la fraternidad humana como estímulo para construir una humanidad nueva, es ciertamente una propuesta de la que nos podemos sentir orgullosos.

 
 
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