La diócesis es nuestra casa

† César Augusto Franco Martínez

Obispo de Segovia

La Jornada de la Iglesia Diocesana del domingo 12 de noviembre nos invita a reavivar nuestra gozosa pertenencia a la Iglesia, de la que somos miembros vivos.

El título «cristiano» que, como decía san Agustín, viene de Cristo, bastaría para celebrar esta jornada que sitúa a la Iglesia en el centro de nuestra reflexión. El seguimiento de Cristo nos ha convertido en pueblo suyo, asamblea convocada por el Espíritu para contar las maravillas de Dios al mundo entero. Decía santa Teresa de Lisieux que la Iglesia era «su patria». Y lo decía con el orgullo espontáneo de pertenecer a un pueblo de santos que, a pesar de nuestros pecados y debilidades, tenemos una misión única en la historia: testimoniar que la salvación de Cristo ha entrado en la historia de forma irrevocable. La fe nos salva y vivifica de tal manera nuestra vida que nos convierte en portadores de vida para los demás. Por eso, en una de sus oraciones, la Iglesia nos pide ser dignos del nombre de «cristiano» y cumplir cuanto en él se significa.

No debe desanimarnos si el aprecio por la fe cristiana y por la Iglesia ha descendido en nuestra sociedad. La Iglesia pasa por momentos de purificación que, como en otras ocasiones, nos harán más fecundos en el futuro. No vivimos del aplauso de la sociedad ni nos desanimamos por la fragilidad de nuestra vida. Por eso, la Jornada de la Iglesia Diocesana es una
ocasión para vivir nuestra identidad apelando a lo que somos por voluntad de Cristo: su cuerpo, su pueblo, su propiedad. Y conscientes de que el Señor es el pastor que nos guía, sos-
tenemos la Iglesia con nuestra oración, la comunión y ayuda fraterna, y el testimonio público. Al dar cuenta de nuestra actividad y de los proyectos que realizamos, no pretende-mos exhibirnos en el escaparate de la sociedad, sino expresar con datos concretos la aportación de la Iglesia a la sociedad e informar a los diocesanos de las necesidades que tenemos y de los recursos con los que contamos, y necesitamos, para ser en medio del mundo la casa abierta a todos y, en especial, a quienes más lo necesitan.

Como obispo, quiero alentaros en vuestro seguimiento a Cristo y en el testimonio público de nuestra fe, sin actitudes vergonzantes ni arrogantes. Dar testimonio limpio y sencillo de lo que somos es la mejor forma de presentar el evangelio de Cristo como la fuerza que nos sostiene en nuestra peregrinación. La Iglesia es nuestra madre a la que debemos la vida que hemos recibido en el bautismo. Pertenecer a ella es una gloria y una enorme responsabilidad que nos exige vivir con coherencia la fe y dar a todos razón de nuestra esperanza.

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