¿Quién no admira la labor de un misionero que en un momento de su vida decide dejarlo todo y partir a la “otra orilla” sin otro recurso que el amor a Dios y, por Dios, a los más desfavorecidos?

Las diócesis españolas se sienten muy agradecidas por la generosidad de estos fieles que han escuchado, de pronto, la llamada de Dios en el grito del macedonio, «Ayúdanos», a Pablo (cf. Hch 16, 9). Muchos de ellos son religiosos y religiosas que han sido enviados por sus respectivas Congregaciones o Institutos misioneros de pertenencia. Pero también la misma diócesis ha bendecido la “salida” de tantos sacerdotes diocesanos y de laicos a otras Iglesias más necesitadas como expresión de su universalidad. Todas estas personas —los misioneros— nacieron a la fe en la pila bautismal de alguna de las comunidades cristianas de la diócesis de origen. Así, de manera silenciosa, han partido para la misión los cerca de 13.000 hombres y mujeres españoles que están haciendo presente el amor de Dios en cualquier rincón del mundo. Sin olvidar, por otra parte, que cualquiera de nuestras diócesis nacieron gracias a la llegada de un primer misionero que vino de lejos a anunciar la fe de Jesucristo.

Hace muchos años el papa Pío XII advertía de la tentación próxima de admirar más la heroicidad de los que parten que en reconocer la necesidad de ser solidarios con ellos y con su misión. No son personas a las que se les admira por su entrega y generosidad, sino puntos de referencia para vivir la misma experiencia de salir de nosotros mismos y recorrer el mismo camino.

Desde el año 1922 el papa Pío XI estableció un servicio de cooperación entre las Iglesias consolidadas y las de reciente creación, las Iglesias jóvenes, que no pueden subsistir por sí mismas porque están en proceso de formación con evidentes carencias de recursos humanos y materiales. En la actualidad son el 38% de la Iglesia católica. Desde entonces se estableció una corriente solidaria entre todas las Iglesias a través de las Obras Misionales Pontificias, que dependen directamente del papa.

A la vez, en el conjunto de la Iglesia católica se fortalece el sentido y la responsabilidad universal, haciendo partícipes a las pequeñas y grandes comunidades de estas urgentes necesidades para el anuncio del Evangelio, para la celebración de la fe y para el ejercicio de la caridad. Nadie queda exento de la necesidad de compartir lo que se tiene, como lo hicieron las primeras comunidades. Entre estas necesidades conviene destacar el sostenimiento de los agentes de la pastoral, desde el obispo hasta los catequistas misioneros, tan imprescindibles para la misión, la construcción de templos y lugares de encuentro y formación, los medios de trasporte para los necesarios desplazamientos, la formación de quienes son llamados al sacerdocio y a la vida consagrada, los enfermos y ancianos, etc. Estas son las principales necesidades que la Iglesia debe atender, como Madre que atiende a sus hijos, especialmente a los más necesitados. Obras Misionales Pontificias tiene constituido un Fondo Universal de Solidaridad donde llegan todas las limosnas de todos los países, los más ricos y los más pobres y necesitados. Todos colaboran. Baste un ejemplo: en la Jornada de Infancia Misionera hemos conocido que los cristianos de Argelia contribuyeron con 103$ y los de Sierra Leona con 304$, que se sumaron a otras aportaciones cuantitativamente más significativas. Después ellos recibieron ayudas más cuantiosas, pero dieron de su pobreza, como el niño del Evangelio. La Asamblea Plenaria del Episcopado español ha establecido las fechas para la celebración de las tres Jornadas Misioneras, conforme las indicaciones recibidas de la Congregación para la Evangelización de los Pueblos: a) DOMUND, el penúltimo domingo de octubre; b) Infancia Misionera, el cuarto domingo de enero; y c) Vocaciones nativas, el último domingo de abril. Con ocasión de estas celebraciones la Dirección nacional de las OMP ofrece a las comunidades cristianas información sobre las necesidades que estas Obras han de atender en los territorios de misión. Como fruto de este trabajo de animación y formación brota la cooperación tanto espiritual y personal vocacional, como económica. Solo puede cuantificarse esta última, pero sin duda es un exponente de las dos primeras que preceden y acompañan la limosna.

Con agradecimiento a España es justo reseñar que en el conjunto de las aportaciones a las Obras Misionales Pontificias es el segundo país después de Estados Unidos. Más aún: en el ejercicio económico del 2013 se produjo un incremento respecto del año anterior. Estas aportaciones proceden fundamentalmente de las colectas que se realizan durante la celebración eucarística en cada Jornada. Sin embargo, a estas aportaciones se suman otros donativos particulares, las aportaciones periódicas que muchas personas tienen ya domiciliadas, los legados y herencias y los intereses bancarios mientras el dinero permanece en la Dirección Nacional hasta su envío a la misión.

Desde la Asamblea General de las OMP se distribuyen equitativamente todas las aportaciones entre los 1109 territorios de misión. Es un momento de comunión eclesial: la madre Iglesia distribuye todo lo que ha recibido entre todos sus hijos y según sus necesidades. La mayoría recibe mucho más de lo que ha aportado, pero es como se hace en una familia numerosa y pobre.

Así, de manera sencilla y silenciosa, se establece esta corriente de solidaridad entre las Iglesias, y de forma justa tenemos la certeza de que también las pequeñas aportaciones de los fieles, por peque- ñas que sean, como pueden ser las de los niños, llegan a su destino, sumándose a otros donativos igualmente pobres, pero que, juntos, sí hacen granero.

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