La Iglesia, ayer, hoy y siempre es depositaria de una Buena Noticia, de un mensaje que cambia el corazón y la vida del que lo recibe. No se trata de una filosofía, no es un conjunto de normas de conducta, ni esconde un programa político. No, es mucho más. La Iglesia es depositaria de una palabra de vida para el hombre. Anuncia que el hombre no está solo, Dios existe, le ha creado y le ama inmensamente, a pesar de sus infidelidades y pecados. Le ama por lo que es. Dios conoce su sufrimiento y por eso se hace hombre y con su muerte y resurrección le abre las puertas de la vida en plenitud. El hombre puede ser feliz, aquí, en el mundo, en medio de sus dificultades del día a día (la enfermedad, la crisis, la vejez, etc.) y en la otra vida. Todo esto, además, es gratis. Solo hace falta a coger el mensaje y estar abiertos a que el Espíritu transforme nuestra vida.
De ahí que la misión fundamental de la Iglesia sea esta: «Id y anunciad al mundo entero la buena noticia» (Mc 16,15). Así ha sido siempre. Acontecimientos históricos como la construcción de las catedrales, el nacimiento de las universidades y de los hospitales, o la evangelización del Nuevo Mundo, hunden sus raíces en esta misión.
Hoy la Iglesia en España continúa esa labor, desde la urgencia propia del Evangelio. Solo así tiene sentido su presencia en la educación (2.600 centros con 1.400.000 estudiantes), en la formación de niños y jóvenes en las parroquias (más de 90.000 catequistas para formar a más de un millón de niños y jóvenes), los espacios en la cultura, los medios de comunicación, etc. Y fuera de España, los más de 14.000 misioneros españoles repartidos en los cinco continentes.
El Papa nos invita a llevar esta Buena Nueva especialmente a las periferias del mundo. Este mensaje, que llama a un cambio de vida, requiere ser alimentado a diario. Se necesita vivir y expresar. El hombre acude a la Iglesia en los momentos más importantes de su vida; para pedir la bendición de su matrimonio (más de 120.000 jóvenes al año), para bautizar a sus hijos (cerca de 260.000) o recibir la primera comunión (250.000), confirmar la fe y, por supuesto, en los momentos más duros de la vida, acompañando en la enfermedad, la vejez y la muerte. Pero la Iglesia está también cada día acompañando a los millones de personas que acuden a la Eucaristía en las 22.700 parroquias, a recibir el perdón o simplemente para acoger a quienes buscan una palabra de consejo y de apoyo.
Esta vivencia de la fe mueve a un cambio de vida y a descubrir en el otro, en especial, en el más necesitado, el rostro vivo de Cristo. Surge así la dimensión asistencial de la Iglesia. La Iglesia no es una ONG. Su labor nace de su propia realidad, del mensaje recibido y de la necesidad de trasmitir esta luz de esperanza a todo hombre. La inmensa labor asistencial que realiza la Iglesia en España, con sus más de 8.000 centros asistenciales, representa la mayor red de ayuda en nuestro país. Las miles Cáritas parroquiales, instituciones religiosas, asociaciones y demás realidades de todo tipo se entregan cada día a los más necesitados (los niños, las mujeres maltratadas, los emigrantes, los presos, las familias sin recursos, los discapacitados, los ancianos, los drogadictos, los moribundos y desahuciados…), es decir, a todos aquellos que la sociedad esconde o ignora.
La labor y la presencia de la Iglesia no se agotan ahí. El Evangelio configura una forma de entender la dignidad de la persona (hombre y mujer), la familia, las relaciones sociales y los valores de conducta ordinarios que impulsan una sociedad mucho más justa y solidaria. Solo así podemos entender, por ejemplo, el papel fundamental que las familias han tenido para paliar los efectos devastadores de la crisis económica.
La Iglesia colabora además en el desarrollo de la dimensión cultural de la persona, poniendo a disposición de todos el patrimonio histórico que administra, ya sea material, como las catedrales y monumentos, o espiritual, como las fiestas, romerías, camino de Santiago, etc. Son realidades que enriquecen a la persona y que colaboran también en el desarrollo económico de nuestro país, siendo una riqueza de todo y para todos. Es imposible cuantificar económicamente de manera única la labor de la Iglesia en nuestro país. Siempre quedarían cosas por tasar. Solo en materia de ahorro para las administraciones públicas hablamos de decenas de miles de millones de euros. Pero su aportación a la sociedad es muy superior.
Toda esta labor se sostiene, fundamentalmente, con los recursos económicos de los propios católicos y de las instituciones religiosas que son una realidad desde hace casi 2.000 años en nuestro país. Pero también a través de la colaboración de la Administración, en el marco de la Constitución española que reconoce el derecho a la libertad religiosa y el deber de colaboración con las confesiones religiosas y particularmente con la Iglesia Católica ( artículo 1 6). El ejercicio real de la libertad religiosa se articula a través de convenios y acuerdos de colaboración, o como en el caso de la Iglesia, a través de los Acuerdos con la Santa Sede. En el plano económico, desde 2007, la Iglesia renunció a los beneficios fiscales en materia de IVA (ahora tiene, en la práctica, el mismo régimen fiscal que cualquier fundación civil) y renunció también al complemento presupuestario al que el Estado estaba comprometido. La Iglesia solo recibe hoy para su sostenimiento básico lo que los contribuyentes deciden en su asignación a través del IRPF. Una cantidad pequeña, 248 millones, si se compara con lo que aporta a la sociedad (decenas de miles de millones). Cada año, 9 millones de personas marcan la casilla del IRPF en un gesto de confianza y compromiso que hace mucho por el bien común y que permite a la Iglesia seguir realizando su labor en favor de los demás.
Fernando Giménez Barriocanal, Vicesecretario de Asuntos Económicos de la Conferencia Episcopal Española. Publicado en ABC el 5 de mayo de 2014