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Rosa y María

Rosa y María

“La sala de mayores de Cáritas nos regaló de nuevo las ganas de vivir”

Las historias de Rosa y María están unidas por la pandemia y por un centro de mayores de la Iglesia de Segovia, gestionado por Cáritas. Estaban solas, se sentían vacías y allí recuperaron las ganas de vivir. “Es el mayor regalo que nos ha dado la vida”, aseguran.

Las vidas de Rosa y María se entrelazaron en Segovia, en la sala del mayor de Cáritas. Fue después de los primeros meses de la pandemia, cuando María, 83 años a día de hoy, empezó a salir de casa y de tanto como había estado encerrada –es persona de riesgo por sus problemas cardíacos– "no sabía andar". El segundo día que pisó la calle coincidió con una amiga que se la llevó a la sala del mayor, "y allí encontré el mayor regalo". "Me han tratado tan bien, que yo allí di un poquito de nada y he recibido un montón de felicidad".

María reconoce que tiene "lo que nunca he tenido: compañerismo, la entrega de los profesores que están siempre pendientes". Además, hacen de todo: matemáticas, lengua, pintura, musicoterapia, costura, manualidades, actividades para la memoria, juegos, y hasta un periódico, que es de lo que más le gusta porque le encanta escribir poesías, que luego se publican. En él plasman relatos de cuando eran pequeños, hablan de sus pueblos, de sus tradiciones…

En la pandemia, María tuvo un miedo que va superando, entre otros, gracias a un sacerdote que conoció a través de Rosa, porque "ellas van a misa más que yo". Con "ellas" se refiere María a sus amigas de la sala del mayor; "son como las hermanas que nunca tuve". Hija única, María no conoció a su padre. Murió en la Guerra Civil el mismo mes que ella nació: enero del 39. Lo que le queda de él son algunas cartas que conservó su madre y las cosas que le contaban sus tías.

María tuvo una "infancia feliz" y la suerte de que la maestra de su pueblo, doña Gregoria –"nunca la olvidaré"– animó a su madre para que la niña siguiera estudiando al acabar la escuela. Cursó el Bachiller, después Magisterio, y se dedicó 40 años a la enseñanza, en Prádena y en Segovia, que la llenaron de felicidad. "Cuando me jubilé, me costó".

“Ahora tenemos amigas, nos apoyamos mutuamente, estamos dispuestas a todo como si fuésemos hermanas”

Para entonces, María ya llevaba encima la tristeza de la muerte de su madre, a la que se llevó a vivir con ella cuando se casó y a quien cuidó intensamente los últimos ocho años de su vida, víctima de una trombosis. "Para mí fue durísimo [cuando murió], porque mi madre lo fue todo para mí". Se había sacrificado "no mucho, muchísimo", en una vida infatigable en las labores del campo.

"A María yo la quiero muchísimo. Adonde va la una, va la otra". Habla Rosa, 71 años y una infancia durísima a sus espaldas. "No sé cómo empezar, porque tengo tanto…". Su madre, también Rosa, se quedó viuda con tres niños de 6, 4 y 2 años, y embarazada de seis meses de Rosa. Al día siguiente de enviudar se puso a trabajar. Los chiquillos acudían a la beneficencia, y cuando la bebé nació, se quedaba todo el día "sola en casa", con el único cuidado de la portera que le echaba un ojo de vez en cuando.

Cuando volvía su madre, "no sabía si estaba muerta o viva". "Algunos días comíamos y otros días no cenábamos". Una Nochebuena, su madre mandó a los cuatro a cenar a un comedor de caridad, "un platito de patatas y una costilla, una naranja y un trocito de turrón". Volvieron felices; su madre había pasado la noche sola, llorando.

El alzhéimer le llegó a Rosa madre a los 67 años, solo dos después de haberse jubilado de una vida en la que igual fregaba escaleras que lavaba ropas de colegios. 20 años estuvo en casa de su hija, enferma, postrada en cama. Su médico le decía que "para qué voy a subir a tu casa, si con el cariño que le dais no le hacen falta medicinas". "Cuando se me murió me quedé vacía completamente", con una depresión "de miedo".

María, en la fotografía de la izquierda, y Rosa

Gracias a unas "amigas buenísimas", empezó a salir, primero a clases de manualidades, luego a una asociación de amas de casa. También a misa todos los días, a la cervecita de después… "Éramos seis amigas, dos se nos murieron en la pandemia". Y conocieron la sala de los mayores, donde Rosa descubrió "una familia". "Estamos deseando que llegue el día", cuenta. Allí se han abierto a los demás. "A mí me ayudas, ¿eh? –interviene María–, me llevabas la cartera a clase, me llevabas del brazo cuando no podía subir la cuesta, y muchas más cosas…". Sí, "e iba con mi perrito todos los días a verte, que eso no lo dices". "¡Es que no he llegado!", interrumpe María.

“Yo creo que la Iglesia nos ha hecho más buenas, antes éramos más egoístas. Lo que hacen por nosotras es un acto de amor”

A Rosa la Iglesia le ha hecho ser "mejor persona". "Hoy me siento mucho mejor, la Iglesia me ha ayudado a querer a la gente", asevera. A María le ha enseñado "la caridad, la generosidad, a ser más humilde, a dar sin pensar en recibir". Y no solo a los más cercanos, sino que "se ha ampliado mi abanico". Para ellas, Dios es "lo más grande". Rosa y María. Ya mayores, cada una con sus mochilas a cuestas, han recuperado la ilusión, se han hecho amigas y han hecho amigos. "Yo estaba triste, alguien me habló de la sala de mayores de la Iglesia y mi vida cambió". Su vida tiene sentido porque viven en primera persona la Caridad.

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