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"El evangelio es una palabra de salvación para todos, hablar de Cristo es sobre todo hablar con nuestro testimonio y nuestra vida"

Eduardo Andrés Roca Oliver nació el 6 de julio de 1968 en Mequinenza, provincia de Zaragoza. Un pueblo minero situado en la desembocadura de los ríos Cinca y Segre, en el Ebro. Es el cuarto de ocho hermanos, todos ellos casados y con familia. Licenciado en Teología fundamental (está escribiendo en estos momentos escribiendo una tesis doctoral en filosofía moral y política), su historia vocacional es especialmente intensa. Al poco de ordenarse, partió a la misión, primero en Angola, y más tarde en Mozambique, donde recientemente algunos grupos islámicos comenzaron a radicalizar sus costumbres. Aficionado a la lectura, la pintura y la música (llegó a estudiar flauta travesera), Eduardo habla con pasión sobre su vida en África, en la que lucha no solo por la educación y la evangelización, sino por un fructífero y pacífico diálogo interreligioso. Esta es su historia. 

Muchos sacerdotes afirman que su vocación, de alguna manera, surge de la vivencia religiosa que tuvieron desde pequeños. ¿Es así?
Pues, de hecho, en mi casa la práctica religiosa no era una obligación, pero vivimos los momentos tradicionales de identificación con la Iglesia. Mequinenza no es precisamente un pueblo muy religioso, su tradición minera lo marcó en este sentido. Mi padre no era creyente y así se mantuvo toda su vida, aunque los últimos años los pasó mucho más cerca de mí y de la Iglesia. Mis padres no nos impusieron la práctica religiosa. Yo creo que eso ayudó a que no creásemos un sentimiento de animadversión hacia la religión y la Iglesia, y permitió que ninguno de nosotros en casa cerrásemos las puertas a la fe.

Y, en ese contexto, ¿cómo te planteas tu vocación?
Había terminado el COU y esperaba el momento para continuar mis estudios superiores en la universidad. Por aquel entonces, tuve que trabajar en Correos durante un año, sustituyendo a mi padre enfermo. En ese año de trabajo y tras la experiencia de vacío en que mi vida personal se encontraba, consecuencia de la superficialidad y la falta de un sentido para la existencia, me puse en búsqueda de lo que me faltaba. Y, providencialmente, tuve la gracia de vivir una experiencia de perdón y amor incondicional en medio de mi tormenta interior, en la iglesia de mi pueblo; una experiencia que me cambió por dentro y me dejó fuertemente ligado al silencio y a la vida espiritual. Aunque esta experiencia no significase que tenía que ser sacerdote, sí que fue una transformación en mi vida y el descubrimiento de una orientación que no tenía antes: la de saber que no podría vivir de otro modo que poniendo a Dios en el primer lugar de mi vida. Aunque la vida sacerdotal, como yo la veía, no me atraía lo más mínimo, ya no podía entender mi vida sin la referencia a Dios, sin vivirla para Dios. No veía otra posibilidad, y por eso me ofrecí para el sacerdocio. Fue así como pedí empezar en la catequesis de confirmación y fue el día de mi confirmación cuando decidí dar el paso y consagrarme, porque solamente así podría lograr lo que yo tanto buscaba, que era al Dios de Jesús que se me había manifestado a mí con un amor sin condiciones.

Muy poco tiempo después de tu ordenación decides marcharte a África, concretamente a Angola. ¿Por qué? ¿Cómo tomaste esa decisión?
Aquí quiero destacar la influencia muy fuerte en mi vida del testimonio de mi familia, y en especial de mi hermana la mayor, con quien cada poco tiempo hacíamos un paquete para enviar cuadernos y lápices a una misión en África. Desde pequeño creo que he vivido el deseo de África. Quizá la vocación por África me encontró más ella a mí que yo a ella. No consigo pensar mi vida fuera de África.

En Angola estuviste nada menos que diez años…
Así es. Estuve vinculado al Seminario interdiocesano filosófico diocesano, como profesor y director espiritual, atendiendo pastoralmente con el equipo formador del seminario la misión de Lombe, con más de setenta aldeas africanas, cercana a Malanje. Durante varios años estuve ligado bastante directamente con la Obra da Rua, Casa do Gaiato, de niños huérfanos. Semanalmente trabajé también como capellán en la cárcel de Malanje. A los siete años de estancia en Malanje, me desvinculé de la Hermandad de Operarios Diocesanos, aunque continué en Malanje como sacerdote fidei donum, como profesor en el seminario y haciendo una experiencia algo eremítica en unas aldeas próximas, vinculado también a la Casa do Gaiato.

¿Qué es un sacerdote fidei donum?
Es un sacerdote diocesano con vocación misionera. El nombre latino significa don de la fe. El papa Pío XII, en plena descolonización de África, hizo un llamamiento a las Iglesias del mundo, especialmente en Europa, para auxiliar a las Iglesias nacientes de África. Hasta ese momento la misión era más una dimensión de la vida consagrada y el papa quiso que toda la Iglesia asumiese esta vocación, también las Iglesias locales. Cuando un sacerdote sale a servir en otra diócesis sin ser religioso, los obispos hacen un acuerdo fidei donum, que se renueva automáticamente, si no se dice lo contrario, cada tres años, pero que no supone una incardinación en la diócesis de misión.

Y de Angola a Mozambique…
Recibí la llamada del obispo de Pemba, don Ernesto Maguengue, compañero y amigo mío de estudios en Roma, llamándome a ir a Mozambique a trabajar en una escuela de ética que él había puesto en marcha. Pedí a don Manuel Ureña volver a la misión, y él aceptó. Estoy en Mahate, Pemba, Cabo Delgado (Mozambique) desde octubre de 2012. Soy párroco de la Misión de San Carlos Lwanga de Mahate en la periferia de Pemba, en una zona mayoritariamente musulmana, en la primera misión de los misioneros de San Luis de Monfort. Profesor en la Escuela diocesana de Ética, Ciudadanía y Desarrollo, hasta el día de hoy.

¿Cuál es la realidad en la que ejerces tu misión?
En San Carlos Lwanga somos ahora dos sacerdotes fidei donum, y una comunidad de religiosas misioneras benedictinas provenientes de Tanzania. Tenemos cuatro comunidades de cristianos dispersas por el territorio de la misión, constituida por los cuatro barrios periféricos de la ciudad de Pemba. Son comunidades formadas por pocas familias cristianas en estos barrios mayoritariamente musulmanes. Son también los barrios en los que una primera tentativa de sociedad islámica radical se realizó en 2015, cuando de repente empezamos a ver a las niñas y las mujeres cubiertas con nicab y la presencia de líderes musulmanes extranjeros era notable. Cuando iniciaron los ataques en 2017 supimos que bastantes jóvenes de nuestros barrios habían desaparecido y que podían estar uniéndose a los grupos terroristas. Fue cuando comprendimos que no se trataba solamente de un grupo de jóvenes descontentos, sino que una ideología yihadista se había extendido e impregnado al menos parte de las familias musulmanas de aquí.

Procuramos estar presentes en cada comunidad y cuidar a las familias cristianas, permanecemos abiertos a todos y tratamos de mantener en funcionamiento los proyectos educativos de la misión con un talante de respeto y acogida permanentes. En la misión funcionan una escuela primaria que tiene 2000 alumnos, un centro infantil en régimen de seminternado con 150 niños de 3 a 5 años, un centro de educación especial de artes y oficios, con una veintena de niños con necesidades especiales. Además, también llevamos adelante un programa de alfabetización para adultos y de refuerzo escolar.

Procuramos estar presentes en cada comunidad y cuidar a las familias cristianas, permanecemos abiertos a todos y tratamos de mantener en funcionamiento los proyectos educativos de la misión

¿Te has sentido bien acogido por la gente de Pemba?
Los africanos son gente muy acogedora, la hospitalidad es uno de sus principios morales más sagrados. El ambiente de conflictos y violencia ha destruido parte de su herencia cultural, pero todavía se mantienen sus raíces. Cuando el ambiente social se pacifica los valores más importantes emergen de nuevo. He vivido ambientes de guerra y de paz en estos veinte años que ya llevo en África y he visto cómo los africanos son capaces de levantarse de sus cenizas sin cerrarse en las heridas ni en el resentimiento. Las familias africanas siempre son muy acogedoras, pero necesitan que les demuestres que estás en medio de ellos, y que no te arredra tanto sufrimiento. Ellos te reconocen cuando saben que en cierto modo te has hecho uno más de ellos. Los primeros años en Pemba no fueron fáciles.

Para las personas de nuestra misión, la vida se reduce a la lucha diaria, al esfuerzo por sobrevivir y salir adelante, un día y otro día. Aunque poco a poco se reducen las distancias que permiten conocer el mundo, las situaciones de mucha miseria no permiten mucho transcender y salir de los límites estrechos de la vida. Pero donde se juega la vida es posible encontrar las fuentes para ser felices. Creo que es muy importante trabajar para vencer el engaño del capitalismo liberal, que confunde la felicidad con el dinero. Es impresionante ver la voluntad de vivir, de sentido, de felicidad, que no se ha ensuciado todavía con el materialismo, en tantas personas sencillas. Insisto mucho en la idea de dignidad, en querer vivir teniendo lo necesario, trabajo, alimento, educación, medicinas, sin buscar nada más allá de ello, lo que sería el pan de cada día, porque lo que pasa de ahí nos hace perder el sentido de la dignidad y abre la puerta a la violencia.

No debe ser fácil ese primer paso de hablar de Dios a alguien que no lo conoce
Cuando aquellos que no conocen a Cristo me preguntan intento antes descubrir cuáles son las intenciones. Es fácil que algunos busquen polémica. Sin embargo, esto no sucede entre personas con poca formación, que tienden a evitar el contacto. Las personas, en contextos de tanta pobreza, viven una realidad que les identifica y pueden dejar de lado otros aspectos de la identidad. Pero también es cierto que son más instrumentalizables, como de hecho ha sucedido con el yihadismo. En estos años tan solo un grupo pequeño de jóvenes ha vivido una conversión al cristianismo, siempre dolorosa y conflictiva con su entorno. Tampoco es común la unión interreligiosa de los casados, pero existen algunos casos. La tolerancia es un bien precioso en este contexto, aunque parece que ha ido perdiendo valor a lo largo de los años. Los primeros misioneros cuentan que el apoyo musulmán para instalarse en sus territorios era común con frecuencia.

El Evangelio es una palabra de salvación para todos. Hablar de Cristo es sobre todo hablar con nuestro testimonio y nuestra vida en contextos que no son cristianos, es más como la levadura de la que habla el evangelio, presencia que fermenta la masa, aunque no se vea.

¿Cómo es esa convivencia, en una misma comunidad, de la religión católica y la musulmana?
La relación entre religiones ha sido tradicionalmente respetuosa, según lo que cuentan los testimonios antiguos. Es esta última década y por la presencia wahabí en la provincia que esta relación se ha vuelto más tensa y conflictiva. Apenas en estos últimos años hemos conocido la persecución a los cristianos o a los creyentes musulmanes que no aceptan el yihadismo. El cristianismo está unido a occidente, que representa lo prohibido, lo que es haram para el yihadismo. Aquellos musulmanes que se niegan a aceptar la interpretación radical del islam también son perseguidos. La ola de refugiados que ha llegado a Pemba está constituida principalmente por estos musulmanes kimwanis y makuas además de por los jimakondes cristianos del interior.

Mozambique está elaborando ahora una ley de tolerancia religiosa muy interesante y basada en la tradición laica del país. Puede ser incluso un referente para otros países a los que les cuesta gestionar el cada vez más presente pluralismo religioso en la sociedad. El mayor problema, desde mi punto de vista, es la polarización étnico-religiosa de la religión, unida al modo en que la religión se vive y al lugar que ocupa en el mundo simbólico de estas etnias. El conflicto inter-étnico está también por debajo de la violencia que estamos viviendo. Pero es en resumen un problema de justicia social y de presencia, reconocimiento y participación en los procesos de desarrollo.

El mundo occidental, que tiene mayoritariamente la religión cristiana, explota los recursos naturales de muchos países, especialmente en África. Esa unión de riqueza, explotación, violencia, ¿ha sido caldo de cultivo del islamismo extremo de los últimos años? Como Boko Haram, por ejemplo.
Sin duda. La violencia es una consecuencia de la injusticia, de la falta de oportunidades que sufren las comunidades pobres. Ciertamente se da esta polarización entre occidente y el resto del mundo, entre el cristianismo y las otras religiones, especialmente el islam. De algún modo también se refleja en la presencia de la Iglesia en estos contextos. En el actual conflicto en Cabo Delgado es claro que hay una raíz de desigualdad social que se une al mensaje yihadista por una sociedad igualitaria. Los terroristas que actúan en Cabo Delgado se hacen llamar Ansar Al-Sunna (los que siguen la tradición). Pretenden, por tanto, una justificación de la violencia desde la narración religiosa, pero es el contenido de injusticia provocada por esta forma de vivir la vida desde el egoísmo que el capitalismo neoliberal impone lo que en verdad denuncian. En el fondo los grupos terroristas, en toda su complejidad, son consecuencia de una economía depredadora que instala a los más fuertes en el poder y excluye a los más débiles, y además lo hace con su propia narración de miedo y odio hacia aquellos que por su pobreza suponen un desafío a la estabilidad y la riqueza de otros. Este modelo económico es el que se impone en Cabo Delgado. Grandes multinacionales que han abierto sus propios canales de producción y depredan las fuentes de recursos gracias a contratos millonarios que han hecho con los que gobiernan el país, para enriquecerse y enriquecerlos, sin que ello repercuta en la población, que se ve cada vez más apartada del desarrollo, se usurpan sus tierras y se les abandona en zonas sin posibilidades, a la miseria y a la enfermedad. A cambio de bien-estar y riqueza de unos pocos, las grandes empresas depredan los recursos de África y abandonan a sus pueblos. Mientras el modelo económico adoptado por los países africanos (y no africanos) siga siendo este no es posible que haya justicia, y sin justicia la violencia nunca terminará.

¿Cómo responder a la violencia cuando esta nace de un contexto religioso?
El mensaje yihadista es una justificación de la violencia. El sacrificio cruento de las víctimas del yihadismo se realiza porque los terroristas creen que por el infiel que les ha tocado en suerte degollar se le abrirán las puertas del cielo, porque es el modo de purificar de la infidelidad a todos los que son así considerados. Hay una discusión en el islam en este sentido. Para algunos la violencia solamente estaría justificada si ella es ejercida sin pasión, con una total indiferencia afectiva y con conciencia de estar haciendo un servicio a Dios, totalmente sometido (musulmán) a Dios. Estos maestros del islam creen que quienes ejercen la violencia no están libres de pasiones humanas y entonces no la ejercen como Dios quiere. De hecho, el combustible de muchos de los jóvenes que se han unido a los grupos terroristas aquí en Mozambique es más el odio (una pasión humana) que el hecho de dar culto a Dios.
Creo que en Mozambique tenemos que ayudar al islam a definir qué es ser un creyente fiel, qué es el islam, qué pretende y cuál es su lugar en la sociedad. Para la gran mayoría de los musulmanes es islam es la única forma social legítima. De ahí a aceptar una cierta dosis de violencia que puede ser cada vez más fuerte hay solo un paso.

La violencia y el odio de los terroristas no es sino una consecuencia del modelo que occidente quiere imponer al resto del mundo. En mi visión de la religión cristiana y de todas las religiones, como relación a Dios, no hay lugar para la violencia. Creo que es una perversión de la religión pensar que la violencia tiene alguna justificación. Supongo que en esto de la violencia seguimos todavía necesitando conocer más lo que sentimos y por qué los seres humanos, para poder encajarla en nosotros mismos.
La idea de la fraternidad humana del papa Francisco, el documento de Abu Dabhi, de 2019, puede tener un poder importante para esta reflexión sobre la religión. Pienso que hay una ciudadanía y una espiritualidad interreligiosas que necesitamos construir. Pero también es cierto que si los contextos humanos no son justos (en todos los sentidos de la justicia) la violencia continuará presente.

¿Tienes miedo de que te ocurra algo?
Esa posibilidad es real, a veces la he sentido de cerca. Pero es mucho más fuerte el amor y la amistad que tengo en mi vida y que me llegan de las personas con las que vivo en la misión. No es el miedo lo que más descubro en mí; sí la preocupación y la compasión, la preocupación por todos y por lo que pueda ayudarles a crecer y ser alguien en este mundo sin que necesiten la violencia, preocupación por salir de un mundo de miseria e injusticia, y de encontrar caminos para ello. Pero también la compasión por quienes se han entregado a la violencia, por tanto miedo y odio como debe haber en sus corazones… Compasión por los niños, por su futuro, por el mundo que podríamos construir pero que no queremos; y a los que quieren no se lo permitimos. Cuando me levanto y rezo, y cuando me acuesto y rezo, miro al misterio del amor de Dios, que es el único que puede dar sentido a todo y el único al que puedo confiar a cada persona que está en mi vida, a cada uno de los que Él me ha dado. Entonces no pienso en mí, en lo que pueda pasarme, sino en lo que hoy podré hacer para mejorar las cosas, para que las personas encuentren algo de sentido y puedan experimentar el gozo de la vida, a pesar de estar en medio de tanta miseria. Y siempre tengo el regalo de la alegría y la felicidad de los que viven conmigo.

La Iglesia tiene que creer en África, tiene que apostar en los africanos, tiene que confiar en ellos, no dejarla sola, acompañar, hasta que sea necesario. Creo que la Iglesia tiene que recuperar el sentido de la familia.

No es la primera vez que escuchamos a un misionero hablar con tanta pasión de los lugares donde ha ejercido su labor. ¿Por qué crees que ocurre esto?
Quizás lo haga el hecho de estar muy lejos de nuestra casa y haber escogido una vocación, la misionera, que se realiza en las periferias del mundo. La periferia del mundo se puede encontrar en cada lugar, pero en la misión puedes sentir que estás en los lugares más alejados, no solo geográfica, sino también existencialmente, y necesitas tiempo, convivir y aprender, estar desde abajo, entender que los más pobres están en medio del corazón de Dios, para espiritualmente, un día, sentirte parte de esos lugares y de esas gentes.

Después de 20 años en África es posible que nos hayamos hecho a ella, es posible que nos hayamos dejado seducir y no sepamos estar en otro lado. Vivo con mi gente, mis comunidades, familias cristianas y musulmanas amigas, unos están más cerca, sé que puedo contar con ellos para lo que sea, y ellos saben que cuentan conmigo. Todos son importantes, pero no todos se acercan de la misma forma. En mi vida en misiones este fue siempre un gran desafío que las personas puedan llegar a sentir que son parte de mí y yo parte de ellas. África es muy dura en este sentido, y cada día, por mucho tiempo, te hacen sentir que no eres uno de ellos. De ahí la gran distancia entre nosotros, con su manera de sentir y de amar, de creer y manifestar su fe. Solo después de mucho tiempo, si consigues vencer los prejuicios y acoger, si consigues amar sin condiciones, se revela esta comunión, esta encarnación, como algo que siempre ha estado allí pero que solo se descubre cuando te olvidas de ti mismo.

¿Cómo te gustaría ser recordado?
Como una persona que acogió y tuvo compasión, humano con todas mis debilidades, pero preocupado con el bien y la felicidad de los demás. Me gustaría que mi vida acercase a las personas a Dios, y me gustaría acabar mis días, aunque nadie lo recuerde, con la conciencia de haber amado África y haber vivido y haberme entregado por ella. Me gustaría saber que he abierto caminos y despertado sueños y que he hecho posible que muchos africanos crean en ellos mismos, en su libertad y en su responsabilidad por construir el futuro, en medio de situaciones de tanta miseria en las que parece imposible que las personas puedan llegar a algo.

¿De qué deberíamos ser conscientes en la Iglesia española con respecto a la misión?
La iglesia tiene que creer en África, tiene que apostar en los africanos, tiene que confiar en ellos, no dejarla sola, acompañar, hasta que sea necesario. Creo que la iglesia tiene que recuperar el sentido de la familia. No olvidar a los desechados, a los que se quedan fuera de la dignidad porque lo pierden todo, no olvidarlo ni relegarlo por problemas o cuestiones que no son tan importantes. Recuperar el espirito de la proximidad, del amor que se compromete, y perder el miedo a ser la iglesia que Jesús quiso empezar en el mundo. Recordar que las fronteras nos dividen y no son buenas, y el miedo a los extranjeros nos paraliza.

No quiero olvidarme del importante papel de dar voz a los que no la tienen, como ha hecho sin miedo el que ha sido nuestro obispo los últimos ocho años. Algunas personas no tienen a nadie que hable por ellas. Nuestra Iglesia también puede ser una voz profética y crítica con aquellos que desde el poder se corrompen y toman decisiones que olvidan a los más pobres, o incluso los llevan a la muerte. La Iglesia nos muestra con su solidaridad que es posible sentir confianza y esperanza en un mundo que ya no tiene en cuenta a los más necesitados.

La Iglesia, LAS VOCACIONES Y LAS MISIONEs

16.960

sacerdotes en España repartidos en 22.993 parroquias

37.286

religiosos en España

10.893

misioneros españoles por el mundo

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