La alegría de pertenecer a la Iglesia

† Luis Argüello García

Arzobispo de Valladolid

"En este Día de la Iglesia Diocesana os convoco especialmente a impulsar los consejos pastorales con una sección especial dedicada al sostenimiento de la Iglesia"

En los últimos meses he realizado visita pastoral a 50 parroquias del Arciprestazgo del Duero y he tenido la oportunidad de encontrarme con muchas personas que me han hablado de su parroquia y enseñado templos parroquiales y ermitas con un sano orgullo. También he participado en la JMJ de Lisboa acompañando a centenares de jóvenes vallisoletanos, que, unidos a miles venidos de todo el mundo, han cantado y gritado la alegría de su pertenencia a la Iglesia.

Ya sé que no faltan motivos de preocupación ni en los pequeños pueblos ni en la evangelización de los jóvenes. De hecho, el mayor lamento de los mayores con los que he dialogado
en los pueblos es la transmisión de la fe a sus hijos y nietos. Pero sólo desde la alegría de pertenecer a la Iglesia puede anunciarse la buena noticia y contagiar una actitud que mira
al futuro con esperanza.

El año jubilar del Corazón de Jesús que estamos celebrando quiere ayudar a los católicos vallisoletanos a reconocer el don recibido en nuestra diócesis con las revelaciones del mismo Jesucristo al beato Bernardo Francisco de Hoyos y mostrar orgullosos el tesoro escondido en el que nos dice «Venid a mí y aprended de mi que soy manso y humilde de corazón».

Sí, amigo, disfrutamos de la enorme gracia de haber conocido a Jesucristo y formar parte de su Iglesia. Esta alegría ha de notarse, ha de hacernos salir y comunicarla. Esta acción de gracias se tiene que traducir en hechos de testimonio y compromiso personal y comunitario. Cada uno, desde la vocación en la que hemos sido llamados, somos corresponsables de la comunión y misión de la Iglesia.

En este Día de la Iglesia Diocesana os convoco especialmente a impulsar los consejos pastorales con una sección especial dedicada al sostenimiento de la Iglesia. Juntos hemos de abrirnos a los que el Señor nos pide y buscar caminos de evangelización y también de comunión de vida y de bienes.

El «humilde-orgullo» de nuestra pertenencia eclesial ha de ayudarnos a salir de la pasividad o de la espera indiferente a que otros hagan las tareas y resuelvan los problemas. Somos depositarios y compartimos el don extraordinario, el tesoro escondido, del amor de Cristo en la Iglesia.

La humildad y fortaleza que nos ofrece el Corazón de Cristo encienden en nosotros la dulce alegría de evangelizar y la comunión de vida, bienes y misión.

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