Son miles de historias con un final más que incierto, testimonios del lado más degradante de la condición humana. Relatos casi anónimos abocados al drama, si no fuera por el ejemplo y la dedicación de instituciones y personas que hacen suyo el sufrimiento de estas mujeres. Ahí también está la Iglesia. El Centro Al Alba de las religiosas Oblatas, el hogar Villa Teresita o el proyecto ONNA Adoratrices son algunas de las iniciativas surgidas los últimos años en el seno de la Iglesia en Sevilla para salir al paso de unas vidas marcadas por el maltrato. La casa de acogida de ONNA cuenta con doce plazas en las que se atiende a mujeres procedentes en su mayoría del continente africano (Nigeria o Costa de Marfil), así como de América (Venezuela y Paraguay).
La permanencia en este hogar no tiene límite temporal; en la actualidad oscila entre uno y dos años, y depende del grado de formación de la mujer y de sus posibilidades de inserción laboral. Algo que se consigue con la participación en foros de sensibilización social, la recuperación de la autoestima y la confianza de la persona atendida, así como su preparación de cara a la búsqueda de un empleo digno. Unas tareas que ocupan buena parte del tiempo de las ocho personas -tres de ellas miembros de la congregación de las Religiosas Adoratrices- que hacen posible esta respuesta eclesial al drama de la trata de mujeres. “Es posible salir del túnel. Realmente hay salida”. Es el mensaje que las Adoratrices han grabado en el frontispicio de un proyecto implicado de lleno en las problemáticas de unas mujeres, “supervivientes natas”, que gracias a la Iglesia consiguen mirar al futuro con esperanza.